Por Amalia Sanahuja (*)
Los espacios configuran de alguna manera nuestras vidas. Y en estos tiempos donde el distanciamiento social continúa, los espacios nos confrontaron con una especie de marco donde nos movemos. Sus formas, su volumen, los objetos que lo encierran van a permitirnos desplegarnos allí. Un espacio puede influir en nuestro estado de ánimo, si tiene ventanas que conectan con el exterior, si tiene buena ventilación, si entra o no el sol, si lo hacemos confortable y a nuestro gusto para disfrutar nuestro mundo. Los espacios hogareños se convirtieron en nuevas oficinas, en centros de estudio, en lugares de juego para los niños que sueñan con correr al aire libre, y es tarea de arquitectos recrear nuevas posibilidades para este mundo cambiante. Pero sabemos que dentro de los espacios se mueven otros hilos invisibles que nos llevan a otros mundos, a otras posibilidades. Lo primero, que no podemos sustraernos, es en considerar a la tecnología, hoy indispensable. Los que tienen acceso a ella son privilegiados, y no todos lo son, ya que algunas ventanas a otros mundos les serán vedadas, pero por suerte está la imaginación como para empezar.
La tecnología también nos sorprende de formas agradables. El pequeño aparatito nos conecta de distintas formas y hasta a veces tocando sin querer la tecla equivocada nos aparece nuestra amiga o amigo y hasta nos da gusto ver su rostro que ya lo estábamos empezando a extrañar. Las video llamadas, los grupos de whatsapp, los encuentros por zoom u otras plataformas nos ofrecen otro espacio distinto, el cyber, virtual o digital. Los espacios indiscutiblemente están replanteados en esta nueva normalidad donde todos estamos inmersos. Quizás esto llegó para quedarse, no lo sabemos. Pero aún desde nuestros propios lugares, allí donde lo cotidiano nos circunda y donde nos movemos con comodidad, es allí donde pueden aparecer nuevos horizontes.
Dicen que es mucho lo que se está produciendo estos días en cuanto al campo de la cultura (literatura, teatro, cine, y otras disciplinas) entre las cuatro paredes de nuestra casa. Pero para que las mariposas de nuestros sueños sigan su vuelo habrán que abrirse otras ventanas – las interiores-, y quizás nos ayude en medio de la saturación de nuestro conocido espacio.
A Jesús no le tocó vivir en época de cuarentena, pero se movió con destreza en diferentes hogares y espacios. Donde se estaba terminando la fiesta, sumó el vino faltante (Juan 2:1-11); donde faltaban ventanas, junto con sus amigos encontraron disponible el techo para hacer el milagro al paralítico (Lc 5:29-32); logró perfumar la casa del desatento Simón -que ni un vaso de agua le dio para recibirlo-, gracias a la sensibilidad que despertó en la mujer que cubrió sus pies con ungüento (Lucas 7:36 y 44-46). En la casa de Marta y María, en medio de tanta tristeza, la llenó de alegría y sorpresas devolviéndole la vida a Lázaro (Lc 10:38-42). Sin tener donde apoyar su cabeza encontró el lugar ideal para la cena inolvidable que tuvo con sus discípulos (Lucas 22:10-14) y en medio del temeroso encierro que vivían sus amigos tras su muerte, se les presentó y sopla sobre ellos el Espíritu Santo (Juan 20:19-2). Solo con su presencia Jesús marcaba la diferencia. Ojalá entre los espacios donde nos movamos encontremos nuevos tesoros y salgamos fortalecidos con la presencia de nuestro Maestro y Señor.
(*) Amalia Sanahuja es miembro de Iglesia El Buen Pastor, de Federico Lacroze esq. Zapiola.
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