Barrio Mío

CHAMUYANDO EN EL BAR CONDE

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La cita fue concertada en el mismo día. «¿Tenés un rato a la tarde?», alcancé a leer en el celular aquella mañana lluviosa. Unas cuantas horas después, pasadas las cinco, entraba Nico al bar. Iba yo por la mitad del primer té con limón. Los síntomas de un inminente estado gripal dieron lugar a que mi tradicional cortado fuera suplantado por una infusión mucho menos edificante. «El Cinéfilo» imitó mi pedido. «Estoy medio resfriado», justificó.
El Cinéfilo tenía 33 años. Trabajaba en un kiosco desde hacía seis. Todavía vivía con sus padres, dueños del kiosco ubicado en el barrio de Belgrano. Tenía planes para convivir junto a su novia (su ex, ahora), aunque éstos nunca habían superado la barrera de las intenciones pese a los últimátums que ella esgrimió en un par de oportunidades. Pero no hubo más ultimátums. Directamente, lo que siguió fue el lapidario «no sé si siento lo mismo que antes», tal vez acompañado de un «necesito tiempo para ver qué me pasa, un espacio para estar sola», o el clásico «no sos vos, soy yo».
Pero Nico tenía claro que los problemas de pareja, son de a dos. Por eso, aquella frase que hace unos meses mencionó («la descuidé») seguía repiqueteando en su cabeza. Me dijo que la terapia le hacía bien. «Entendí que no puedo esperarla más, porque quizás no se decida nunca. Tengo que sacármela de la mente para no sufrir. Pero cuesta. Cada cosa que pasa, cada papel que vuela, me recuerda a ella», confesó con crudeza. «Todavía no supe diferenciar, si la extraño a ella o extraño estar de novio. Yo toda la vida fui un cómodo. Estaba tranquilo. Llegaba a casa y tenía el plato de comida caliente sobre la mesa. Ahora el morfi tenés que salir a buscártelo vos, si no te morís de hambre».


La metáfora de Nico me impresionó tanto como su poder de autocrítica. Aún estaba golpeado por la ruptura. Para sacarlo del bajón le propuse ir directo a lo que se había convirtido en uno de los grandes temas de charla tras nuestro reencuentro del verano: fútbol y cine.
-Antes que me ganes de mano, te voy a pedir que hablemos de esta película: El Hincha.
Se trataba de, acaso, el único filme del cual yo guardaba algún recuerdo. No porque lo hubiera visto, sino porque algunos parlamentos protagonizados por Enrique Santos Discépolo, ensalzando las virtudes de -justamente- el hincha de fútbol, se repetían con asiduidad en programas de TV especializados en traer a la actualidad emblemáticos fragmentos de archivo. El Cinéfilo recogió el guante:


-Si El Hincha no es la más famosa de todas estas películas, pega en el palo. La dirigió Manuel Romero en 1951. Discepolín escribió el guión y la protagonizó, caracterizando a «El Ñato», un fanático del club Victoria. Esa fue su última película. A los pocos meses se murió de un ataque al corazón.
-¿Qué edad tenía?
-Muy joven. 51 años. Dicen que lo afectó mucho un vacío que le hicieron los demás artistas por su amistad con Perón. Eso le causó una gran tristeza.
-Hay un par de monólogos célebres… Me vienen a la memoria pero medio borrosos. ¿Cuáles eran?
-En uno le habla así a la madre: «¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada? ¿Qué sería del fútbol sin el hincha? El hincha es todo en la vida…»
-Ah sí, y hay otra más.
-Cuando en la sede del club lo encara a un dirigente: «El hincha es el alma de los colores, el que da todo sin esperar nada… ¡Ese soy yo!». Eso es porque había ido a exigirle a la Comisión que subieran a Suárez, un pibe que descubrió él en los potreros y que era figura en la cuarta división. Estaba enloquecido: «Hay que hacer algo, romper el club, arrancar el pasto de la cancha, la cuestión es que juegue el pibe». A Suárez lo interpretaba Mario Passano.
-¿Victoria se estaba yendo al descenso?
-Faltaban tres fechas y tenía que ganar por lo menos dos partidos para no bajar. Se metió en la reunión a la fuerza y les dijo de todo: «Ustedes están hundiendo al club, y yo voy a salvarlo. Pongan a Suárez, lo tienen tirado en la cuarta, ustedes no saben nada de fútbol, si no lo ponen el domingo retiramos el carnet 200 socios».
-¿Y qué pasó?
-Los dirigentes y el técnico -que en esa época no cortaba ni pinchaba- ni lo conocían a Suárez. Primero lo echan al Ñato a los empujones, pero después de debatir entre ellos le hacen caso. Uno dice: «Yo pensé en ese chico pero no me atreví a pedirlo». Mentira. No sabían nada. Eso refleja la hipocresía de los dirigentes ya en aquellos tiempos. Esa reunión de Comisión es muy graciosa.


-¿Por qué?
-Hablaban mal del plantel, hacía tres meses que no les pagaban. Un dirigente metía fichas: «Los jugadores están viejos y cansados, uno cumplió 45 años, ayer tuvo un nieto».
-¿Y el Ñato? ¿Tan fanático era?
-Tremendo. En la sede le pedían: «Váyase a dormir, amigo». «Hasta que no termine el campeonato y no nos salvemos del descenso yo no duermo», contestó. Era el socio número 17 del Victoria Fútbol Club, un club de ficción. El padre, ya fallecido, lo hizo socio siendo un bebé. La novia, Lina -interpretada por Diana Maggi- quería casarse pero él lo venía postergando sólo por el fútbol. Una vez porque se pescó una gripe en Rosario; otra, porque cayó preso en cancha de Atlanta; otra, cuando se intoxicó con un choripán en Lanús… Ahora estaban a punto nuevamente pero todo dependía de que Victoria zafara. «¿Por qué me enamoré de vos, qué te habré visto?», le reprochaba Diana Maggi. Y él salía con frases como un «hasta que no nos salvemos en esta casa no se habla más de casamiento. Y si Victoria desciende nos quedamos todos solteros». Lo decía porque además, Suárez era el novio de su hermana menor.
-¿Pero el jugador era bueno?
-Todos creían que Discepolín exageraba: «Suárez es un artista de la redonda, tiene que jugar en el Teatro Colón». Los volvía locos con los elogios. La cuestión es que lo ponen en primera y mete los cuatro goles de Victoria, que gana 4 a 2. Al Ñato la felicidad no le cabía en el pecho. Pero el próximo partido le hacen la cama los propios compañeros.
-¿Cómo? ¿No estaban peleando el descenso?
-Sí, pero resulta que el centrofoward que perdió el puesto, un tal Varela, se quedó recaliente con el Ñato y Suárez. Además le quería soplar la mujer al Ñato: «¿Te vas a casar con esa bolsa de huesos?», le preguntó un día a Lina. Este Varela le hizo la cabeza a un par de miembros del equipo para que al partido siguiente no le pasaran la pelota. Otra muestra de lo sucio que ya era el fútbol. Y estamos hablando del ‘51…
-No me vas a decir que perdió Victoria…
-Sí… y Suárez no agarró una. El único que se dio cuenta que hubo algo raro era el Ñato. Estaba hecho una fiera. «Bomberos, atorrantes, lo tiraron al bombo», bramaba en la tribuna. Pero el resto de los hinchas se la agarraron con el pobre Suárez. «Vendido, cuánto te pagaron para ir a menos, goleador de cartón», le reclamaban. A la salida de la cancha lo despidieron a los piedrazos. «Hoy te tiran flores, mañana te tiran piedras», fue la sabia reflexión del Ñato, que también cobró.


-Ahí faltaba una fecha para el final.
-Y Victoria tenía que ganar o ganar. Para colmo se corrió la bola que la Comisión iba a restituir a Varela. Cuando el Ñato se entera se pone furioso y se va con los amigos y la novia a la casa del presidente. Era de noche. El tipo estaba durmiendo. ¡Y se le meten de prepo! Diana Maggi era tanto o más brava que el Ñato: amenaza con prenderle fuego la casa y saca una botella de nafta con un fósforo. La esposa del presi les dice que son unos asesinos: «Asesinos, no. Nosotros podemos ahorcar un réferi o quemar una tribuna, pero sólo por un ideal», responde el Ñato. Al final al presidente lo hacen prometer que si Varela no entrenaba bien en la semana, llamarían a Suárez.
-¿Pero de verdad le prendían fuego la casa?
-No. El Ñato agarra la botella y toma un trago. ¡Era agua! Esa parte es desopilante. La peli entera es muy divertida. Nada que ver con los dramas que te conté antes. Aunque hay un mensaje que apunta hacia los negociados, los chanchullos, las cosas feas del fútbol. Inclusive, hacia el perfil del hincha, que a mi entender, esconde una crítica.


-Sabés que te lo iba a mencionar… Hoy por hoy, con la violencia que se vive, no sé si una película así tendría tanto éxito.
-Y sí… Porque fuera del contexto de la película, si encontrás un energúmeno de esa calaña, mucha gracia no te causa. El Ñato se peleaba en la cancha, era montotemático con el fútbol, lo anteponía por sobre la familia, le resbalaba que lo rajen del trabajo…
-¿Qué? ¿Lo echan del laburo?
-Lo suspenden por faltar al taller mecánico para ir a los entrenamientos. Claro, al verlo en ese tono de comedia te cagás de risa…
-Bueno, dale, seguí que quiero saber qué pasa en la última fecha.
-Espera que antes hay unas escenas muy jugosas. ¿Querés saber por qué al final juega Suárez y no Varela? En el bar donde todos paraban, trabajaba la novia del Ñato. Como Varela le arrastraba el ala, ella le siguió el juego y le dio de tomar un jugo con un tranquilizante que le había alcanzado el Ñato. Al día siguiente se quedó dormido en medio de la práctica.
-¿Y la otra?
-Esta es buenísima. Al bar se acercan un par de tipos que le proponen al Ñato que algunos jugadores de Victoria vayan para atrás. Él se hace el interesado, los invita a pasar a la trastienda y les parte dos botellas de sidra en la cabeza. Después se juega el partido definitorio. Victoria gana, Suárez la descose y se salvan.. Ahí podría haber terminado la película. Pero arranca otra historia: a Suárez lo compra Atlántico, el equipo campeón.


-Eso no es nada extraño.
-Lo que pasa es que él había prometido que no se iba a ir del club. Una noche que lo están esperando en el bar para una cena-homenaje, los dirigentes del Atlántico caen en la casa y le hacen la cabeza para que vaya con ellos a una boite, y llevan a una rubia que lo seduce. «Usted me gusta mucho Ricardo», le susurra ella. «Nunca conocí a una mujer tan linda como usted», contesta él. «Venga, vamos a bailar otro tango». Los diálogos son increíbles. Y al final Suárez, que no quería saber nada, termina agarrando un cheque por un adelanto. Como a las dos horas llega el Ñato como loco, porque lo estaban esperando para homenajearlo en el bar. «Voy a firmar para el Atlántico, es mi porvenir», le dice. Y el Ñato se queda desolado, como si se le hubiera venido el mundo abajo. Y por un tiempo no lo ven más. Hasta se rompe el noviazgo con la hermana del Ñato, y se va a vivir con la otra. Todos lo acusan de desagradecido, de traidor, pero el Ñato igual lo sigue defendiendo. «El no tiene la culpa, lo marearon. A Suárez lo hice yo y estoy orgulloso de su triunfo aunque esté en un club grande. Si no volvió más por casa, es porque debe estar avergonzado», le explica a la hermana, que estaba triste.


-¿Cuándo termina?
-Todavía falta. Al año siguiente Atlántico, ya habiendo salido campeón, en la última fecha enfrenta a Victoria, que si pierde se va al descenso. Contra todos los pronósticos, Suárez juega y le mete cuatro goles a su ex club. El Ñato se pone a llorar… Pero más adelante se arregla todo.
-¿Cómo?
-Suárez empieza a andar mal. Encima se da cuenta que la chica y sus amigos son unos malandras que andan en cosas turbias. El Ñato lo va a ver a la casa, porque necesita un préstamo para pagarle a la madre una operación, pero la rubia -que además le mete los cuernos- lo saca corriendo antes de que Suárez se diera cuenta.
-Todo mal.
-A lo último arman un operativo rescate. Caen Discepolín, Diana Maggi y como diez amigos más en el departamento donde estaban él y los mafiosos. El Ñato deschava todo. La mina de Suárez, reconoce que lo engañaba, usando esta frase antológica: «Ya estoy harta de vos, crack de pacotilla, sos un limón exprimido».
-¡Qué frase, mamá querida!
-Sí, demoledora. Entonces Lina se le va encima y la faja. Los demás hacen lo mismo con los malandras y Suárez se va con su vieja barra. Al final admite que se equivocó, que se le habían subido los humos a la cabeza y se arregla con Rosita, la hermana del Ñato. Después lo compra el Génova de Italia.


-¿Y con el casamiento del Ñato, que pasa?
-En la última escena, le dice a Diana Maggi que ahora sí se casan. «Fútbol, nunca más. El hincha que tenía adentro se murió, a veces me da vergüenza pensar lo imbécil que he sido», remata.
-Ah, bueno. ¿Se arrepiente de todo lo que hizo?
-Esperá, esperá. Pasan por un potrero y se queda mirando cómo juega uno. «¿Cómo te llamás pibe?», le pregunta. «Cardozo». «¿Cardozo? ¿Querés jugar en la cuarta de Victoria? Andá a verme al bar de Rioja y Caseros». La novia lo escuchá y le parte una botella en la cabeza. El Ñato cae desmayado. Así como antes gritaba «Suáaaaarez, Suáaaaaarez…», ahora alcanza a gritar «Cardoooooozo, Cardoooooozo…». El final es desopilante. Bah, como toda la película.
-Las frases del Ñato no tienen desperdicio.
-Y eso que hay otras que no te conté. Por ejemplo, a Suárez, que una vez quería quedarse un rato más charlando con su hermana, lo saca carpiendo: «Qué Rosita ni Rosita, un jugador como vos tiene que olvidarse de todo, el amor pasa a segundo término, primero los colores del club, después los macaneos amorosos». Y al principio de la película casi como que anticipa el apodo de la hinchada de Boca. «Nosotros vendríamos a ser el jugador número 12 -habla con los amigos-. En el fóbal ganan los jugadores y la hinchada».


-¿Únicamente él tiraba esas frases de locos?
-No, no. Hay una muy buena del técnico del Victoria. En una charla técnica se manda ésta en el vestuario: «Jueguen con nobleza, el deporte ante todo, cuando tengan que lustar a uno, háganlo, pero con nobleza, pongan cara de inocentes».

Luego de dos tazas de té y una aspirina que no lograron evitar la llegada de la gripe, volví a mi casa y me metí en la cama. Acostado y afiebrado, las célebres frases de «El Hincha», seguían sonando en mi mente.

 

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