Uno de los primeros diálogos que se da en la nota con Miguel Bálsamo, tiene que ver con el enmarañado tejido urbano de este punto de la Ciudad. Son tres las avenidas que se cruzan (Forest, Elcano y Álvarez Thomas) y tres los barrios que se juntan prácticamente en el mismo punto: Colegiales, Chacarita y Villa Ortúzar. A simple vista, cuesta reconocer a qué jurisdicción pertenece cada esquina. Pero lo que para Miguel está claro desde el arranque (y mucha razón tiene), es que esto es Chacarita. En efecto, “8 Esquinas” está en Forest 1186 y es uno de los “bares notables” de la Ciudad de Buenos Aires. Este es un rótulo que el gobierno de CABA le colocó a muchos bares, restaurantes y bodegones tradicionales.
Miguel y su hermano Daniel se hicieron cargo del “8 Esquinas” en 2005. Sin embargo, el lugar es mucho más antiguo: el próximo 30 de octubre arribará a sus 85 años de existencia. “Esta es la fecha oficial, pero en realidad abrió antes, incluso es probable que pueda tener cien años o más. Lo que pasa es que el documento más viejo que encontramos data del 30 de octubre de 1939, que fue la primera hablitación, lo anterior se perdió”, cuenta Miguel, que nació en 1978 en el barrio de Nueva Pompeya. El vínculo de la familia con este sector de la Capital Federal, se estableció cuando él era todavía adolescente y su padre, Carlos Hugo, instaló un taller de electrónica del automotor en Elcano y Álvarez Thomas, allá por la década del 90. Sí, en la misma manzana del bar. El lugar sigue en pie y justamente se llama “El Taller”. Su papá, lo maneja ahora con el otro de los tres hermanos, que al igual que él, se llama Carlos.
Al tiempo, la familia se mudó de Nueva Pompeya a Villa Ortúzar y así, el día a día de los Bálsamo se unificó en esta zona del territorio porteño. Miguel se recibió de técnico electrónico y también trabajó en el taller paterno. No obstante, un accidente de tránsito hizo que perdiera la visión a principio de la década de 2000. “Después de lo que pasó me corrí de la actividad con mi viejo”, recuerda Miguel, quien a pesar de lo difíciles que fueron esos momentos, consiguió reinventarse. Lo hizo con el “8 Esquinas” como gran aliado y la importante colaboración de sus seres queridos. “Fue otra aventura económica en la que me ayudaron mis viejos, tuve el apoyo incondicional de la familia”, explica. Y amplía: “Al bar le habían puesto el cartel de venta. Surgió la posibilidad de comprarlo y me gustó la idea. Esto estaba muy venido abajo. Se había perdido la calidad de los productos. Sobrevivió porque los gallegos –sus antiguos dueños- son muy creativos y huesos duros de roer. Pero, por dar un ejemplo, en un bodegón típicamente alemán cómo éste, en los últimos tiempos los horarios se habían acotado y sólo estaban sirviendo salchichas con chucrut”.
El nuevo dueño puso manos a la obra. Poco después, se le unió su hermano Daniel, que estaba trabajando en Santa Cruz pero volvió a Buenos Aires y asoció con Miguel en el emprendimiento. “Él fue metiéndose de a poco mientras yo hacía la recuperación. Me ayudó un montón a salir adelante. Ahora es un eje fundamental. Somos un equipo”, señala el entrevistado.
Los dos hermanos, progresivamente, lograron revitalizar el viejo reducto, sin que éste perdiera identidad. “Fue necesario investigar mucho. La gastronomía es muy demandante y a la vez, gratificante”, explica, y describe cuál es la esencia del “8 Esquinas”: “Es un típico bodegón que intenta plasmar esa mezcla de culturas gastronómicas, la porteña y la alemana. Aquella receta del chucrut la mantenemos fielmente, y aparte, fuimos incorporando más comidas típicas. Hoy estamos en contacto con los mejores frigoríficos para traer mercadería de calidad y preparamos las mejores recetas. El plato estrella de la casa es el strogonoff, pero hay mucho más. El goulash, por ejemplo, me hace sentir muy orgulloso, esa es una receta nuestra que se impuso. Pero al margen de una comida u otra, el 80 por ciento de la gastronomía alemana está vinculado a una nueva generación. No probarla es una pena”.
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