Gente de Cole

Coco, un personaje de Colegiales

A los 86 años, recorre las calles del barrio a bordo de un triciclo retro simpáticamente tuneado.

«Esperá que ya bajo», avisa Coco por la ventana. Su inconfundible triciclo está enganchado en un poste de alumbrado de Conde y Jorge Newbery. Allí, en una vivienda casi centenaria -aunque reformada-, reside desde que a los dos años vino desde su Monte Caseros natal (Corrientes), junto a sus padres y cinco hermanos mayores, tres mujeres y dos varones.
Enseguida vuelve a asomar la cabeza por la ventana: «Aguantá que no encuentro la llave», pega el grito. Su triciclo es sensación en el barrio. Está decorado con fotos antiguas que consiguió, en su gran mayoría, en el Mercado de las Pulgas: formaciones y escudos de los equipos «grandes» de fútbol, Carlos Gardel, la inscripción Café Tortoni, Caminito, una imagen de Mafalda con el letrero «sonríe, es gratis; alivia los dolores de cabeza» y otro sin imágenes que  indica «todos te dan consejos cuando lo que necesitás es guita». El vehículo posee una bandera Argentina y dos espejitos en el manubrio y un escudo de la provincia de Corrientes en la parte trasera. Con todo eso, Coco marcha orgullosamente por las calles de este y otros barrios.

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Su salida se demora unos minutos más, hasta que al fin llega. De excelente humor, como es su costumbre, vuelve a disculparse e invita a pasar a la casa. Le agradecemos el ofrecimiento aunque preferimos realizar la entrevista allí nomás, en la vereda. Coco está de acuerdo. «Hoy me fui hasta Belgrano con éste», dice, señalado el triciclo. A pesar de su 86 años, su estado atlético es más que envidiable. Además está muy bronceado, lo que junto con la sonrisa permanente que se dibuja en su rostro, hace que aparente unos cuantos años menos. Él lo sabe: «Soy un fierro», se enorgullece.
A pesar de que el vecindario lo reconoce de verlo andar, no todos conocen dónde vive. Por eso, para concretar la nota, fue necesario realizar una «gestión» en San Antonio, la pizzería en la que para diariamente, y solicitarle a Hernán, el dueño, que haga de intermediario en cuanto arribe su cliente. Pocas horas después de la gestión, sonaba el teléfono. Era Hernán, que nos comunicaba la dirección tan buscada. «Ese boliche es extraordinario», elogia Coco, que en San Antonio ha cosechado grandes amigos. Ya en la charla, cuenta su historia: «Vinimos de Corrientes porque mi papá estaba enfermo. Al poco tiempo, falleció. ¿Qué tenía? Ah, eso no lo sé. Esto era casi todo campo. Y en medio de los yuyos había algunas casitas, muchas con cartel de alquiler. Una era la nuestra. Durante los primeros 40 años alquilamos. Pudimos comprar en la década del 70».

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La vivienda paterna terminó quedando para Coco y su propia familia, una vez que la formó. Con su esposa -fallecida hace dos años- tuvieron dos hijas: Silvana, que vive en Villa Urquiza y le dio tres nietos, y Miriam, que reside en Villa Crespo y es mamá de otros dos. El oficio de obrero gráfico, fue el que lo acompañó durante gran parte de su vida: «Primero fui tejedor. Después conseguí un empleo como bovinero de las rotativas en La Razón, y ahí laburé 40 años, hasta que me jubilé», explica.
Américo Pujol -muy pocos lo saben pero ése es el nombre que figura en su DNI- relata ahora el origen del simpático móvil: «Perteneció a un vecino, Juancito Podestá. Ya era un hombre grande. Cuando murió, su mujer me lo regaló. No tenía accesorios. Después, yo lo fui decorando así…»
Le preguntamos como está de salud: «Yo, fenómeno», responde. Enseguida cuenta que hace un par de meses le colocaron un sten. «Fue porque me dolía el pecho, pero ahora estoy bárbaro», aclara. Su vitalidad llama la atención. Antes de despedirse amablemente, pregunta por la publicación de la nota. Le informamos que será dentro de unos días, tanto en la revista como en nuestra versión web. «Yo de internet no entiendo nada pero seguro que mis hijas lo van a ver», se alegra.

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Coco es muy querido por los vecinos. Aquí, junto a uno de ellos, en la puerta de su casa.

Hincha de Independiente, Coco apunta que al triciclo quiso adosarle cosas de todos los clubes grandes, «porque si lo hubiera identificado sólo con mi equipo, me lo romperían a cada rato». Asimismo, afirma no haber sufrido problemas de inseguridad: «Siempre lo dejo encadenado acá abajo y jamás pasó nada». El único incidente lo tuvo hace varias semanas, aunque no con objetivo de robo: «Lo até a la columna y subí a casa. Entonces me asomo a la ventaja y justo veo que pasa uno y me rompe un escudito de Boca. Le grité y salió corriendo».

 

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