Conocido es que en nuestras sociedades hay una tremenda facilidad para los actos corruptos que se combina con una impunidad que podemos apreciar en los medios de comunicación y que se prolongan en la gente que hace, de estos elementos, síntomas reflejados en la vida cotidiana.
Notamos que esto va develando una profunda transformación de la ética cultural, mutación en que la noción de impunidad cobra un sentido pleno. En la cultura de la impunidad algo que no se hace a los ojos de nadie no está prohibido. Unos años atrás, el diario Clarín publicó una encuesta realizada en adultos de clase media. La población encuestada debía responder a la siguiente pregunta: «¿Usted cometería un delito si se le garantizara que no sería descubierto?». Más de la mitad de los encuestados respondió afirmativamente.
La discusión sobre la corrupción no es simplemente una toma de posición frente a un partido político. No remite a un universalismo abstracto acerca de lo bueno y lo malo. Cuando se roban fondos públicos o dineros destinados para los grupos más postergados se transgrede una ley moral fundamental de la sociedad, la de preservar la vida, a los niveles más elementales, de quienes constituyen la comunidad de pertenencia.
Hablemos de patología social
La corrupción enturbia las relaciones afectivas, en su estilo más perverso, destruye la condición básica de los seres humanos para vivir en comunidad, esto es la confianza. La angustia y desamparo, que son síntomas de la persona en la actualidad, se dan en marcos de estados enfermos y debilitados. La corrupción no solo deja las arcas vacías sino también las almas. La corrupción mata.
No se trata de un fenómeno aislado, propio de una patología individual que los psicólogos suelen ubicar dentro de la psicopatía o de la perversión. Quedarnos aquí sería conformarse con una visión reduccionista. La corrupción es una patología social, una patología vinculada al poder que interviene en la subjetividad e intersubjetividad y en la constitución del psiquismo mismo.
Un somero recorrido histórico podría hacernos ver que la corrupción ha existido siempre. En todas las épocas ha habido corruptos tanto en la sociedad, las instituciones y las familias en relación con aquellos que detentaban el poder: padres, educadores, gobernantes. Pero en nuestra época existen algunas particularidades respecto a este asunto.
Si los vínculos estuvieran constituidos sobre bases más firmes, si tuviéramos un sistema judicial independiente y confiable se tendría una sociedad más segura y previsible, con estructuras de familias que facilitarían la creación de un psiquismo donde el superyó (depositario de las leyes y prohibiciones) y el ideal del yo no estuviesen disociados. La pregunta que uno se hace es por qué personas que robaron mucho y que no terminarían en el resto de su vida de gastar el dinero y los bienes que robaron, quieren seguir en los espacios de poder, estafando, asesinando, corrompiendo, sobornando, abusando, como si lo que hicieron ya no sería suficiente. La respuesta es: para no sentirse culpables, para probar que son como dioses que están más allá de las leyes, en un mundo regido por la ley de sus voluntades. La falta de ética, la inmoralidad, la corrupción fomentada desde el poder crea la ilusión de inmortalidad. Nos preguntamos ¿cómo se procesa en el psiquismo esta falta de representantes de un poder confiable y un ente regulador de los intercambios sociales? ¿Cómo se puede vivir bajo un poder que no se somete a la ley? ¿Qué pasa con una subjetividad que vive en un orden social mafioso? ¿Cómo enfrentar el discurso de los políticos que está plagado de datos falsos, de elementos irrealizables y promesas incumplidas que impiden la confrontación con nuestras reales posibilidades? La actual realidad promueve vínculos infantiles precarios e inseguros, estructuras familiares endebles donde trastabillan roles fundamentales y se crean duelos tempranos.
Ahora, demos paso a la ética
El contrato entre las personas no fija solamente sus derechos, sino que lo limita con obligaciones respecto al semejante. En este punto de partida está fundada la esperanza de que nuevas formas de solidaridad sean posibles. El precepto bíblico «No robarás» adquiere en este contexto una especial dimensión.
No basta con penalizar algún corrupto aislado, es necesario un acuerdo ético y explícito que se traduzca en acciones concretas de honestidad cotidiana en cada lugar donde nos toque vivir y actuar porque la corrupción ataca y corroe todos esos ámbitos. Eso significa replantear hábitos y conductas arraigadas, rechazar cómodos beneficios y privilegios, renunciar a atajos que se transformaron en naturales.
Cierta vez, en los años sesenta del siglo pasado, el Pastor Martin Luther King daba un discurso en Atlanta, Georgia. El lugar, un estadio, estaba lleno y el luchador por los derechos civiles de los negros, pidió que apagaran todas las luces del lugar. Su discurso se inició en la oscuridad. Prendió entonces su encendedor que alcanzaba a iluminar solo su cara. Pidió seguidamente que todos los que tenían encendedores, a la cuenta de tres, los prendieran. Cuando eso ocurrió el estadio quedó iluminado.
Quien esté dispuesto a vivir una vida de lucha contra los males de la sociedad como la corrupción tiene un encendedor que puede ser débil y limitado, pero habrá buena luz si todos los que se embarcan en esa lucha se deciden a prender el suyo y pagar el precio por las acciones que esto implica.
Una sociedad cuya masa crítica piensa que se puede vivir sin encendedores está condenada a permanecer en la oscuridad. En el Antiguo Testamento, el tema se trata ampliamente respecto a las distintas versiones de la corrupción. Y resulta muy sugerente, ya en el Nuevo Testamento, que las primeras palabras que el Evangelio de Lucas señala como prueba de la conversión de Zaqueo fueron las siguientes: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más» (Lucas 19:8).
Y Juan el Bautista mientras preparaba la actividad de Jesús, y luego de predicar, recibió esta pregunta de la gente «¿qué debemos hacer?». A la gente le contestó «el que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene»; a los que cobraban impuestos, les dijo «no cobren más de lo que deben cobrar»; y a los soldados «no le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho, confórmense con su sueldo» (Lucas 3: 1-14).
(*) Hugo N. Santos fue pastor de la Iglesia El Buen Pastor, de Federico Lacroze esq. Zapiola.
ACTIVIDADES REGULARES
* Culto de adoración – Santa Cena: domingos, 10.30 hs
* Estudio Bíblico: 2º y 4º sábado de cada mes, 17 hs
* Templo Abierto: Martes 16 a 18 y Miércoles de 17 a 19 hs. Federico Lacroze 2985 (esquina Zapiola).
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