De izquierda a derecha: Alejandro, Sergio H., Héctor, Sergio G., Jorge y Mariano. De pie, Julio, el mozo del restaurante del Centro Montañés.
«La Voz de Colegiales» reunió a seis padres de familia de alrededor de 40 años, en el célebre restaurante del Centro Montañés, de Jorge Newbery y Crámer. En el marco de una cena bien servida y regada, discurrieron sobre la actualidad del barrio, con sus puntos a favor y en contra; mencionaron similitudes y diferencias con respecto a lugares en los que vivieron en diversas épocas de sus vidas; hablaron de cómo hacer, en una sociedad tan difícil como la de hoy, para cuidar y educar a hijos en edad escolar. Pero, en síntesis, disfrutaron -y nos incluimos-de una estupenda velada.
SEIS PARA OPINAR
A decir verdad, no todos tienen en Colegiales a su sitio de residencia. Algunos son de aquí; otros, de las inmediaciones. Pero sus quehaceres cotidianos sí se desarrollan inevitablemente en nuestro barrio, pues sus hijos concurren al colegio Argentina School, cuya sede central está en Giribone y Céspedes, y el jardín de infantes, en Virrey Avilés y Superí.
Alejandro, biólogo molecular, y padre de Galia (7) y Emilia (3), vive sobre Gorriti, en Palermo, aunque apenas media cuadra lo separa de uno de los límites oficiales, que es el la Avenida Dorrego. «Yo soy de Banfield-comenta-. De chico, se jugaba a la pelota en la calle todo el día. Después me mudé a Barrio Norte y desde hace ocho años estoy acá. Y la verdad que es diferente. Las épocas lo son. Eso de jugar en la vereda, por ejemplo, ya no se ve»,
Sergio H., empleado bancario, padre de Morena (7) y Yazmín (2), lo interrumpe: «Pará que antes acá sí se podía jugar en la calle. Yo ahora estoy en Elcano y Alvarez Thomas pero me crié en Almagro, que es plena Capital. Y en mi casa paraba apenas para dormir. Iba a un colegio de curas, el Tierra Santa. ¡Las veces que nos habremos agarrado a piñas! Vivíamos en la calle. Pero eso sí, todo era mucho más sano…»
El comentario de Sergio le da el pie a Mariano, abogado, padre de Uma (7) y Marcos (4), para intervenir: «Eso es cierto. Quizás vos te agarrabas a trompadas y no pasaba nada. A lo sumo podía ser que te vayas con un ojo morado. Hoy eso no sucede, porque el otro capaz que pela un chumbo y te pega un tiro. En ese sentido la cosa cambió mucho, es una época muy jodida, cambiaron los códigos», acota Mariano, que nació en Las Cañitas cuando a esa zona de la ciudad mucho le faltaba para «explotar» como lo hizo en la década anterior: «Yo paraba en Arévalo y Luis María Campos, ¡y no venía un auto! Después, el barrio nos pasó por arriba».
A propósito de que los tiempos cambiaron, le llega el turno a Jorge, docente especial, dedicado además al rubro «peluquerías», y padre de Costanza (12) y Guadalupe (7): «Eso de que hoy cambió todo, es muy cierto. Hace poco estaba en un Mc Donald’s con mi hija mayor y sus compañeras de grado. En un momento observo que había diecisiete de ellas con la vista clavada en el celular. ¡Diecisiete! Les dije: ‘háblense, chicas, por favor’. Uno no quiere generalizar pero obviamente, así es en casi todos lados con los pibes de ahora».
¿SEGURO O INSEGURO?
Cada tanto, el mozo interrumpe una charla que por momento se vuelve muy pasional. Primero levantó los pedidos, recomendó el vino (un «Cantabria» de la casa que con éxito superó algunos prejuicios y terminó con la aprobación unánime) y luego trajo la cena, donde la rigurosa tortilla a la española -un plato tradicional de ese sitio afín a inmigrantes españoles y tan grande como para compartir entre todos- se alzó con los mayores elogios. «Che, no conocía este restaurante, y eso que estoy en Freire y Jorge Newbery, acá nomás», se sorprende Sergio G., comerciante, padre de Lola (7) y Francisco (4). «Lo que pasa que al no ser a la calle, al estar adentro del club, muchos pasan y no lo ven. Pero acá se come bárbaro»; le explica Héctor, analista de sistemas y padre de tres mujeres: Florencia (23), Lucía (17) y Trini (7). «Mi hermana es la directora del colegio de acá la lado, el Virgen del Valle», informa Héctor. Por supuesto, lo que acaba de contar, no pasa inadvertido, ya que se trata del establecimiento donde estudiaba Ángeles, la chica asesinada y encontrada en un contenedor de basura hace un año. La charla, deriva entonces en una cuestión ineludible: Colegiales, ¿es o no es insegura? Sergio G. toma la posta: «Nosotros hace ocho años que vivimos acá y en todo este tiempo, nos robaron una sola vez, un día que mi mujer estaba entrando con el auto y un motoquero se subió a la vereda y le rompió el vidrio para sacarle la cartera».
A Mariano, que vive frente a la plaza 25 de Agosto (por un par de cuadras, ya es Ortúzar), le desvalijaron la casa: «Y fueron dos veces seguidas -cuenta-. La segunda, fue para llevarse lo que no pudieron en la primera. Nos entraron cuando estábamos afuera. Flor de bronca e impotencia te agarra. Pero en muchos años, eso fue lo único desagradable que nos tocó vivir en ese sentido». Pese a que vive en Villa Urquiza, Jorge se siente identificado: «A mí me reventaron la reja y me entraron dos veces. Tampoco estábamos en casa. Ojo, fue en Villa Urquiza, no en Colegiales».
«Para mí no hay que descuidarse en ningún lado, si bien creo que no tenemos tantos problemas como en otros barrios», interviene Alejandro. «En mi caso, la única situación fea la vivimos con mi mamá. Trataron de arrancarle la cartera (no pudieron porque se aferró fuertemente a ella) un día que se iba de mi casa. Desde ese día, cada vez que se vuelve en colectivo, la acompañamos a la parada».
Héctor, que vive en Charlone y Teodoro García, apunta que esas cuadras «eran muy complicadas hasta hace no tanto tiempo. Había pibes que estaban drogándose todo el día en plena calle. Por suerte ahora mejoró y se puede andar más tranquilo, pero como dice Alejandro, no te podés descuidar nunca». Allí, no tan lejos, se encuentra la villa de Fraga, y la alusión a dicho asentamiento es instantáneo. Los seis coinciden en que no hay que meter a todos en la misma bolsa porque «seguramente la mayoría debe ser gente honesta y trabajadora, pero también hay de lo otro y por las dudas siempre tenés que mirar para todos lados».
Como para extraer alguna conclusión, la opinión de Sergio H. encuentra coincidencias en sus compañeros: «Colegiales no es una isla. Que hay inseguridad, la hay. Pero pienso que no es como en otros puntos de la Capital o el Gran Buenos Aires. Al menos, yo estoy bastante conforme por cómo se vive». Acto seguido, Mariano recuerda una encuesta hecha por un diario hace algunos años: «Decía que Colegiales es el barrio con mejor calidad de vida de la ciudad, y la verdad que no tengo por qué estar en desacuerdo».
BARRIO DE CONTRASTES
Llega el momento de pedir respuestas puntuales: ¿qué es lo mejor y qué lo peor de nuestro barrio? Ante la primera parte de la pregunta, todos exclaman al unísono: «¡La Mezzetta!». Claro, ellos no tienen por qué saber que por una cuestión limítrofe, la famosa pizzería de Alvarez Thomas y Forest, está unos metros dentro de Villa Ortúzar. De todas maneras, no les coartamos ni mucho menos la libertad de expresión cuando quieren alabar sus bondades: «No tiene delivery, hay que hacer cola siempre, cierra los domingos…pero por algo está siempre llena. Para mí es inigualable», define Alejandro, un habituée casi fundamentalista del local. Mariano redobla la apuesta: «Yo vuelvo de laburar del centro a eso de las cinco; cuando estoy llegando, pienso: ‘Cómo no me voy a clavar un par de porciones’. Y me termino bajando del auto». El resto sólo asiente, dando a entender que con esa última sentencia, está todo más que dicho.
Además, hay diversas opiniones acerca de lo mejor que tiene Colegiales: «A mi criterio, el hecho de que estás cerca de todo: si querés viajar para cualquier lugar de la Capital, rápidamente vas a encontrás el medio de transporte adecuado. Tenés bondi, subte, tren…», indica Sergio H. «A mí lo que me gusta es esa mezcla de barrio y ciudad. Hay gran vida comercial pero caminás una cuadra y ya volvés a la tranquilidad», pondera Alejandro. «Y tenés calles arboladas, muy lindas casas», continúa Mariano. «Lo que yo destaco es que los pequeños comercios -si bien algunos se aggiornaron- siguen en pie. Acá todavía se puede ir a la carnicería, al almacén…», desliza Sergio G. Y el «chacaritense» Héctor, remata: «Colegiales creció un montón. En lo personal, creo que a Chacarita le falta poco para explotar del mismo modo».
A la hora de poner el acento sobre los aspectos negativos, ninguno le esquiva al bulto. «Está relacionado con lo que decíamos antes, tendría que haber más presencia policial», puntualiza Sergio G.: «Por ahí uno ve que el patrullero pasa, pero es lo mismo que nada. Y los que están parados en las esquinas, andan todo el día mirando el celular», aporta Jorge. «Tal vez también haga falta mejorar un poco más la iluminación en las calles», sugiere Sergio H.. Inseguridad al margen, Alejandro encuentra otro tema importante: «Los precios de las propiedades se dispararon. Es muy difícil comprar algo. Lo digo con cierta desilusión, porque a mí el barrio me encanta». Mariano coincide: «Es que el crecimiento, lamentablemente va de la mano con la suba de precios. Si hoy querés comprar algo tenés que hablar de medio palo para arriba».
La escasez de espacios verdes también es un tema que preocupa. «Todos tenemos hijos chiquitos y la verdad que hay muy pocas plazas considerando la gran densidad de la población en esta zona», señala Héctor, logrando el consenso de Sergio G.: «Nosotros estamos cerca de la Mafalda; encima ahí se complica ir, por lo sucia que está y porque los perros andan por todos lados en vez de quedarse en el canil».
CONFESIONES DE SOBREMESA
Cuando la charla es apasionada los minutos parecen consumirse más rápido. Por lo tanto, la medianoche se aproxima inexorablemente, sin que los comensales tengan intenciones de ponerle punto final a la sobremesa. Alrededor nuestro, un comedor ya prácticamente vacío luego de haber tenido una importante concurrencia, es señal de que el transcurso del tiempo fue, una vez más, implacable. De a poco, se abandonan los temas de la convocatoria y se instala un clima más distendido. Allí tienen lugar algunas confesiones que sorprenden. Por ejemplo, cuando Jorge revela que llegó a ser arquero de la tercera de Independiente. «Yo vivía en Avellaneda y atajé en la época de Esteban Pogany», dice, ante la mirada atónita de Mariano, fana acérrimo del Rojo. «¿Y cómo es que después de eso pasaste a ser peluquero?», lo interroga.
O como cuando Sergio H. recuerda: «De pibe, yo caminaba a las 3 de la mañana por la plaza Once y no me pasaba nada». Por otra parte, los muchachos no se privan de dialogar largo y tendido de lugar donde estudian sus hijos. Los seis, concuerdan en que se trata «de un muy buen colegio». Como era de esperar, las anécdotas sobre ese tema están a la orden del día y, según parece, resulta inevitable que el principal destinatario de las más divertidas sea el chofer del micro escolar, un muchacho apodado Fido. Las risas, se apoderan del salón.
La hora del café. Los trae Julio, mozo de los de antes pese a su juventud, desprovisto de la costumbre tan moderna de andar anotando cada pedido (más tarde, también participará de la foto colectiva). Y cuando los relojes indican que ya es el día siguiente, queda claro que la despedida es un hecho. Espontáneamente se desliza una frase con cierto aire a resignación: «Bueno, mañana arrancamos tempranito…» Podía haber salido de boca de cualquiera de los seis. En silencio, el resto acata la acata la indirecta. Es momento de partir. «Chau, hasta luego, en unas horas nos vemos en el cole», se escucha por lo bajo. También hay saludos y elogios para con la gente del Centro Montañés, por su amable atención.
Ya en la vereda, La Voz de Colegiales agradece su presencia y el original encuentro llega a su fin. Hasta pronto muchachos, un gusto haberlos conocido…
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