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Algo nos unía con Nico: a ninguno de los dos nos agradaba el celular, y mucho menos, las comunicaciones modernas a través del watsapp. No obstante, es frecuente que uno termine sucumbiendo ante ciertas imposiciones de la sociedad y, hay que reconocerlo, a veces estos adelantos tecnológicos son útiles y facilitan las cosas si se les da un uso adecuado.
En nuestro último encuentro, luego de no habernos visto por un tiempo prolongado, actualizamos nuestras agendas y quedamos en mensajearnos para no perder contacto nuevamente. Un par de semanas más tarde arreglamos para reunirnos. Quedamos un lunes a media mañana, en el bar de siempre.
Esta vez, llegué primero. Para hacer tiempo, en vez de echar mano al teléfono, salí hasta la parada de diarios de la esquina y compré Crónica. Mientras tomaba el primer cortado le di una ojeada. Quince minutos después entró Nico. Se lo notaba contrariado. De inmediato supe el motivo: se estaba por separar. En torno a eso giró la charla en el próximo cuarto de hora. Ariel ya le había traído su primera lágrima y Nico se disponía a pedir la segunda. Hubo un silencio…
De pronto, su mirada se detuvo en el diario que yo había dejado a un costado de la mesa. La sección deportiva estaba puesta hacia arriba, en la síntesis de los partidos del ascenso. Nico hizo un esfuerzo para leer, ya que el diario estaba al revés con respecto a su posición. Cuando observó la palabra «Sacachispas» le cambió el semblante. La mirada perturbada que traía se disipó y el tema de conversación experimentó un giro rotundo.
-Che, vos que andás en el ambiente del fútbol, ¿me podrás contactar con algún dirigente de Sacachispas?, me preguntó, como si nada pasara.
No entendí bien. ¿Para qué podría Nico pretender ese dato? Enseguida me lo explicó:
-Hay una película que no puedo conseguir y que nunca pude ver. Se llama Sacachispas. Seguro que tiene mucho que ver con el club. El guión lo escribió Borocotó y uno de los protagonistas fue Armando Bo.
La atmósfera cargada de ansiedad que había reinado un minuto antes, desapareció por completo. Cuando «El Cinéfilo» se zambullía en lo que era su gran pasión, todo lo demás pasaba a un plano inferior. Como si hubiera estado esperando un comentario de mi parte para saltar al tema que lo apasionaba y olvidarse de sus preocupaciones, agregó:
-Es una película de 1950.
Le seguí el juego. Por un lado, porque deseaba verlo en actitud positiva. Por otro, porque me interesaba el objeto de su investigación. «¿Pero la película que decís no se llama Pelota de Trapo?», pregunté, haciendo referencia a esa producción reconocida hasta el día de hoy como uno de los grandes hitos que en relación al fútbol existen en materia cinematográfica nacional.
-No, no… Estás confundido. Esa es otra. Pelota de Trapo se estrenó dos años antes, en 1948. Es cierto que deben estar muy ligadas porque a partir de Pelota de Trapo, justamente nació el club Sacachispas. Mirá, te cuento…
Hizo una pausa, se acomodó en la silla y llamó a Ariel, que saltaba de mesa en mesa atendiendo clientes. Pero antes de pedirle una medialuna, ya se había metido en la película:
-Tiene cosas muy divertidas, aunque el género es dramático. Si la ves hoy te vas a reír un poco. Por las costumbres, por la forma de filmar de esa época… Pero es un peliculón. El típico caso del pibe humilde que sueña con triunfar en el fútbol. Primero no tiene nada, de golpe lo tiene todo junto y al final se queda otra vez sin nada. Hoy podría ser un argumento repetitivo, pero hace 70 años fue un boom. La gente iba en masa a verla.
-¿El protagonista era Armando Bo?
-Exacto. Y más allá de intérprete fue el productor, aportando 40 mil pesos que, cuentan, eran todos sus ahorros. La dirigió Leopoldo Torres Ríos. El guión estuvo a cargo de Leopoldo Torre Nilsson, su hijo, que ahí tenía recién 24 años. Y el argumento los escribieron Ricardo Lorenzo Borocotó y Jerry Gómez. Ellos dos hicieron dos años después el guión de Sacachispas, la película que te contaba, donde también actuaron Armando y gran parte del elenco. Igual, Pelota de Trapo alcanzó una fama mucho mayor…
-Contame de Armando Bo.
-En Pelota de Trapo tenía 34 años y ya venía de actuar en más de 20. Esta película está dividida en dos partes. Armando aparece en la segunda mitad, ya como un muchacho a punto de consagrarse como futbolista. En la parte inicial él y su barra de amigos eran chicos de 10, 12 años… De extracción muy humilde. Jugaban en los potreros con una pelota de trapo. Al club imaginario que tenían le pusieron Sacachispas. Borocotó hacía una columna de anécdotas en El Gráfico, Apiladas, donde siempre escribía sobre un equipo Sacachispas. Y el nombre sale de ahí… Bueno, sigo: en el potrero los pibes se la pasaban cagándose a trompadas. «Son unos muleros», se recriminaban. Más adelante uno amenazó a otro con un «te voy a romper el naso». Son muy graciosos los diálogos.
-¿Y eran potreros en serio?
-Posta posta. Fue la primera película filmada en suburbios verdaderos. La historia es la de Eduardo Díaz. Le decían el Comeuñas porque vivía morfándose los dedos. En esa primera parte lo interpretaba un chico Rodolfo Boquel. Muy buen actor, pero sólo hizo cine una vez más, un año después. Además estaba Toscanito, un petisito, que con 13 años era un fenómeno. Luego no sé qué problema tuvo y se fue del país por muchísimo tiempo. Hace poco volvió y le dieron una condecoración.
-Una vez leí algo como que se compraban una de cuero ¿no?
-Claro. Hacen una rifa y con lo que ganan se llevan la de cuero que siempre miraban como embobados en la vidriera de Jacobo, un comerciante judío muy estereotipado en el guión… Lo llaman el Ruso, habla muy mal castellano; más adelante se manda una mortal: «Lo importante es que pagan mucha plata a jugadores de pelota», le dice a uno. Cuando consiguen la nueva pelota la alegría que tienen es increíble pero la primera parte termina mal porque El Flaco, uno de los amigos, se enferma y muere. Enseguida arranca la otra mitad.
-¿Y ahí qué pasa?
-Hay un salto como de 15 años por lo menos. Eduardo es un crack pero sigue jugando como amateur, siempre ilusionado con poder fichar para un equipo profesional. La gente que lo va a ver se codea: «Pero che, ese Comeuñas es un fenomeno, ese tipo tendría que jugar en primera». Un día Stábile, el técnico del Atlético, un club de la ficción, va al potrero y Américo -una especie de representante y amigo de Comeuñas- lo convence para que le tome una prueba. «El fútbol ya no es como antes, ahora los clubes invierten mucha plata en jugadores», le explica Stábile. ¡Y estábamos en 1948! Mirá si viviese ahora…
-Seguro que le toman la prueba y la rompe…
-Al principio le cuesta pero al final sí… Juegan un amistoso con público unos días antes del comienzo del torneo. Lo lindo de este tramo es la espectacular producción que hicieron: en el Monumental de River -más tarde hay secuencias en más canchas- y con las grandes figuras de esa época en la vida real. Por empezar, Stábile era el técnico de la Selección. Además, estrellas del fútbol como Tucho Méndez, Simes, Salvini, De la Mata, Sastre, Marante… No sé si con lo súper profesional que es el fútbol hoy, se podría volver a lograr algo así. Y encima, creo que no cobraron un mango, porque en los títulos dice «desinteresada colaboración». Pero escuchá esto, es muy cómico…
-Dale, contá…
-El que relata el partido es Fioravanti, un grande del periodismo, que también colaboró, igual que Félix Frascara y Enzo Ardigó. Comeuñas no caza una y Fioravanti lo mata. La gente en la tribuna se burla: «Ese famoso centrofoward aprendió a jugar por correspondencia…». El Atlético perdía 1 a 0 pero lo termina dando vuelta con tres goles de él. A medida que iba convirtiendo, Fioravanti gritaba: «Díaz tiene todas las condiciones para ser parte de la galería de los mejores centrofowars con que ha contado nuestro país». ¡No tenía término medio! Pasa de ser un burro a ser el más grande de todos en menos de 90 minutos. Una metáfora de lo panqueques que somos los argentinos. Cuando mete el tercero dice: «Una nueva estrella aparece en el firmamento futbolístico». Enseguida lo contratan pero entonces viene el drama…
-¿Qué pasa?
-Después de firmar un contrato fabuloso va al consultorio del médico y le detectan una enfermedad grave. Es extraordinario, con sólo ponerle el oído en el pecho el doctor ya tiene el diagnóstico: dilatación auricular. «Usted no puede hacer deportes violentos porque su vida corre peligro», le aclara. Ahí se le viene el mundo abajo: «Mi vida no significa nada para mí si es que no puedo jugar, me he pasado la vida esperando que llegue este momento y ahora…» Entonces, enojado, le pide al médico que no diga nada, y así poder jugar y comprarle la casita a la vieja con la guita del contrato. Cuestión que lo convence, juega ese torneo, la descose y salen campeones. Aparte se convirte en la gran estrella de la Selección. Pero por otro lado está profundamente triste al saber que no le queda mucho tiempo. Tampoco le cuenta nada a nadie para no crear peocupación y eso hace que se deteriore la relación con la madre, con el hermano, incluso con Blanquita, su novia desde que eran chicos.
-¿Ya viene el final?
-Sí, pero pará, te tiro un par de datos más. Primero, que el tango está presente. En un momento el hermano canta Tres Amigos, aquel himno de Cadícamo que habla «del trío más mentado que supo haber caminado por esas calles del sur». Sobre el final también suena, obvio, Destino de Trapo, grabado por la orquesta de Francisco Canaro con la voz de Alberto Arenas. ¿Otra? Una de las extras de la película es La Raulito, con apenas 15 años. Nunca pude saber en qué parte está. Ojalá algún día alguien me dé la respuesta.
-Bueno, dale, ¿cómo se resuelve?
-En un sudamericano participa hasta la semifinal y decide retirarse porque ya se venía sintiendo mal. El hermano, que algo sospechaba, va a ver al médico y se entera de la verdad. También le cuenta a Blanquita. Comeuñas se va a ver la final (que supuestamente es un Argentina-Brasil, aunque no mencionan los nombres probablemente por un tema legal) desde la tribuna. La gente lo empieza a pedir y ¡lo llevan a la rastra hasta el vestuario! Esa secuencia es impactante. El partido sale 0 a 0, hay suplementario. Ahí Eduardo pide por favor que lo pongan, que será su último partido. Lo dejan y la Selección gana 2-0 con dos goles suyos. En medio del partido hay otro diálogo memorable: «¿Te sentís bien, no querés que el tiro libre lo patée yo?» le pregunta Tucho Méndez. «No, dejá… que hoy quiero hacer la mayor cantidad de goles posibles», contesta. Patéa y la manda a guardar. Es el 2 a 0 y salen campeones. En el vestuario lo invitan a los festejos. El agradece pero dice «esta noche prefiero estar solo». La tristeza que tiene es conmovedora. Al rato se me mete otra vez en la cancha de River. Mira las tribunas ya vacías, se le vienen a la mente las imágenes del potrero y termina…
Al culminar su relato, Nico esbozó una sonrisa. Era evidente, no obstante, que esa mañana no estaba para reírse. Como si el angustiante epílogo hubiera empeorado su bajón anímico, «El Cinéfilo» retornó a la realidad que lo aquejaba y a lo único que atinó en ese instante, fue a pagar la cuenta e irse del bar. «No te preocupes, vos pagás la próxima», le dije. Se levantó, nos dimos un abrazo y salió por la puerta del medio. Yo volví a sentarme, pedí otro cortado y fijé la mirada en la Crónica. Un título decía: «Victoria de Sacachispas».
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