Entrevista con el dueño de una histórica panadería de Colegiales.
Santiago Álvarez Rodríguez nació en 1951, en León, España. Era un adolescente cuando se subió a un barco que lo trajo a la Argentina, junto con su hermana, apenas menor. Sus padres se quedaron. “Ellos decían que allá no había futuro para lo chicos y nos enviaron para acá”, comenta Santiago en su oficina de la Panadería y Confitería La Nueva Iris. Este comercio posee una rica historia en Colegiales. Situado en Federico Lacroze entre Conde y Freire, es una de las históricas panaderías del barrio.
“Nosotros compramos el fondo de comercio en 2012. El dueño anterior era Manolo, otro gallego, que tuvo la panadería muchísimos años. Creo que en total, el negocio debe tener alrededor de un siglo”, añade el entrevistado, que, tras el breve paréntesis, se sitúa otra vez en su adolescencia y el relato vuelve a la época en que dejó España: “La guerra civil dejó sus secuelas, como pensaban mis padres, no era sencilla la situación para la gente que vivía en un pueblo, como nosotros. En Buenos Aires ya se habían radicado mis tíos. Así que la decisión se tomó y nos vinimos a vivir con ellos a Vicente López”.
La charla transcurre amigablemente una mañana de junio. Santiago evoca aquellos tiempos apelando a una memoria que coquetea con la nostalgia. Un momento del reportaje es compartido también con Miguel, su yerno, quien suele estar en el sector de la caja. El encuentro propicia una de las fotos que ilustrarán este artículo.
En la oficina reina la quietud, en contraste con el bullicio que hay del otro lado de la puerta. Y es lógico, porque es numerosa la gente la que trabaja en el local, realizando diversas tareas. “Cuando el cliente entra a comprar no ve lo que pasa más allá del mostrador, pero para que esto funcione bien se necesitan muchas manos, mucho sacrificio, hay que levantarse muy temprano, de madrugada. No es una queja. En lo personal, es lo que sé hacer y me gusta, pero es la realidad”, confía Santiago, que si bien hace relativamente poco que está al frente del comercio, conoce el oficio desde que llegó al país. “Mis tíos eran panaderos y trabajé con ellos desde chico. Más adelante, gracias al apoyo de mis seres queridos, pude poner mi propio local”, rememora. Todavía, eso sí, faltaban unos cuantos años para que se afincara en Colegiales.
“A esto me dediqué toda mi vida, incluso, cuando me tocó volver a España”, cuenta. Santiago ya había armado su propia familia –casado y con tres hijos grandes- cuando decidieron irse del país, hace unos veinte años. “Fueron tiempos difíciles aquellos, pero lo que más influyó para que volviéramos a mi patria fue un asalto que sufrimos. A mi mujer la golpearon y dijimos ‘basta’, nos vamos de acá”.
De regreso en la tierra natal, las cosas tampoco resultaron sencillas, sobre todo, por la falta de adaptación de los hijos. De modo que unos años después, todos volvieron a hacer las valijas: Argentina los esperaba nuevamente. Entonces, se produjo el encuentro de Santiago con Colegiales. Manolo, su antecesor en “Iris”, deseaba retirarse. Hubo acuerdo, el traspaso se efectuó y el nombre fantasía del comercio experimentó una leve variación: le colocaron “La Nueva Iris”. Y así, llegamos hasta nuestros días, donde nuestro anfitrión y su equipo, son quienes actualmente llevan adelante esta panadería de tanta historia en el barrio.
Dejamos la oficina del dueño y retornamos al local. Allí, la jornada continúa según su ritmo habitual y cotidiano. La clientela entra y sale… Miguel está en la caja. Y Santiago, tras la despedida, también seguirá trabajando a la par de su gente.
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