Columnas

Bien de familia

Testimonio de Alfredo Wildau (cuarta parte).

«El departamento al que nos mudamos con Susy cuando nos casamos, es el mismo en el que sigo viviendo.  Decía que hace muchos años elegí estar solo. Pero la verdad es que no me invade esa sensación de soledad. Mi hijo, su esposa y mis dos nietas, viven muy cerca de mi casa. Los veo seguido. Prácticamente todos los días él viene a visitarme. Y hablamos por teléfono, por lo menos dos veces al día. Las nenas también suelen venir. Eso me pone súper contento. Aunque lo que más me gusta son las ravioladas de los domingos: no digo todas las semanas, pero domingo de por medio ellas se quedan a almorzar. Si no comemos ravioles, como sucede la mayoría de las veces, hago milanesas con puré mixto. Es lo que mis nietas eligen y estoy feliz si puedo darles esos gustitos. En febrero de 2023 nos fuimos todos juntos de vacaciones a la playa. Incluso estuvomi consuegra. La pasé bárbaro.

Al margen del trato cotidiano con los seres queridos más cercanos, tengo mi vida social: dos o tres tardes por semana me  voy caminando hasta la plaza del barrio; ahí me encuentro con un grupito de conocidos. A veces nos quedamos charlando horas enteras. De vez en cuando también me siento a tomar un cafecito por el barrio… Y obviamente salgo a hacer las compras. Limpio mi casa, cocino… En fin, aburrir, no me aburro. Tengo con qué entretenerme.

Con respecto a lo social, sigo conservando antiguos vínculos con la gente de mi pueblo, la Colonia Avigdor. Y hay algunos, en especial, con los que nos seguimos reuniendo, a pesar de que ha pasado un tiempito largo desde nuestra infancia. Uno es Roberto, mi primo hermano. Con Rober hablamos casi todos los días por teléfono y quizás dos o tres veces al mes nos encontramos a comer o a tomar algo. Hasta nos hemos ido juntos de vacaciones. Si vamos a almorzar, de vez en cuando se nos une un amigo, Juan. Pensar que con Juancito fuimos juntos a la escuela hebrea. Hoy, casi ochenta años después, seguimos en contacto.

Inés, mi hermana, me llama por teléfono todos los días. Por más que se haya mudado a General Roca (Provincia de Río Negro) hace más o menos treinta años, la relación no se cortó. Incluso, he viajado varias veces para verlos, tanto a ella como a mi sobrina, su marido y su hija, que viven en la casa de al lado. Están como a mil kilómetros de distancia de Buenos Aires, pero qué duda cabe: somos familia».

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