Rubén vivía en las inmediaciones de una típica esquina porteña: Santa Fe y Carlos Pellegrini. Por su parte, la casa de María estaba en el barrio de Saavedra. En la década del Setenta, Rubén y María se casaron y el flamante matrimonio fijó su nueva residencia en Colegiales. Fue en una casa con jardín al frente, ubicada en Palpa entre Conde y Freire, donde establecieron su hogar, y es allí donde continúan viviendo hoy en día. Pero claro, existe una pequeña-gran diferencia entre aquellos tiempos y los actuales. El jardín a la calle ya no está. En cambio, en ese sitio los propietarios de la casa determinaron que se construyera un local. En este local, en la década del Noventa pusieron un comercio minorista al que llamaron Mayoral, y que, aproximadamente treinta años después, Rubén continúa atendiendo.
En la vidriera del negocio, hay varios letreros que indican qué es lo que se puede comprar aquí: milanesa de soja, frutas secas, legumbres, hierbas medicinales… Otro cartel, colocado encima del resto, recomienda: “Coma sano y natural”. En el interior, detrás del mostrador, está Rubén, que con voz amable agrega otros elementos a la amplia lista de productos ofrecidos: especias, semillas, miel, mermeladas, harinas varias, cacao… Una enorme cantidad de frascos, cajas, bolsas y botellas se distribuyen prolijamente en rincones y estanterías. Rubén, resume las características principales del señero emprendimiento familiar: “Yo era empleado en un negocio especializado en alfombras que cerró. Estaba en el barrio de Flores. Al quedarme sin empleo, con mi esposa se nos ocurrió reformar la vivienda y poner un comercio adelante. Decidimos que fuera éste el rubro, a pesar de que yo no tenía ningún tipo de experiencia. Pero ella, muchos años antes, sí había trabajado en algo así. Los comienzos fueron duros, pero de a poco comenzó a mejorar”.
Mayoral, el nombre de fantasía, está relacionado con otro comercio del centro porteño, mucho más antiguo, y ya inexistente, que había conocido María. Ésa había sido su denominación y a ella le gustó para la nueva iniciativa comercial que encararon con su esposo. En principio, los dos integrantes de la pareja –que no tuvieron hijos- se encargaban de la atención al público y los quehaceres generales. Luego, ella se abocó de lleno a ser ama de casa y quedó solamente Rubén a cargo, ya que tampoco hay empleados. “Cuesta”, dice cuando se le pregunta cómo está el trabajo. “A veces mejor, otras peor, con altibajos”, agrega. Pero en general, no se queja. Y afirma que en esta época difícil, una importante ventaja que posee su negocio, es el hecho de que no necesita empleados ni debe pagar alquiler. Durante la conversación, no obstante, la constante variación de los precios es un tema que se impone. “Acaba de irse un proveedor. De siete productos que le compré, subieron tres”, dice, y aporta un dato que sorprende: “También bajó el precio del adobo para pizza. Poquito, pero bajó…”
La pandemia es otro de los temas que salen durante la charla. En la etapa más dura de aislamiento, por ser un negocio de comestibles, Mayoral estuvo abierto. Pese a todo, Rubén da a entender que pudieron salir airosos de aquel delicado momento comercial. “Tenemos una clientela de hace años, también hay gente nueva y además está el Sanatorio”, explica, en referencia al importante movimiento que otorgan las instalaciones del Sanatorio Colegiales, que se encuentra enfrente.
Falta poco para las siete de la tarde. Una señora ingresa a comprar pasas de uvas. Pide un cuarto kilo. Paga, se despide y sale por la puerta vidriada. Afuera ya está oscuro. Adentro, por algunos minutos más, la luz encendida alumbrará el histórico local, hasta que sea la hora de cerrar. Rubén se quita el barbijo por unos segundos y al posar para la foto, su rostro también se ilumina.
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