EL LIBRO INFANTIL.
En la casa de sus abuelos había un libro de historias bíblicas que le gustaba leer. Al principio el hijo del vecino (*) no dudaba de su veracidad. Pero siendo más grande, entró en la confusión. Aquellas historias, más adelante le provocaron una sensación de que todo era parte de un gran cuento infantil. Para colmo, su entorno contribuía para que se alejara de Dios, y de la idea de que la Biblia era Su obra. Es que la gente y los medios de comunicación no hablaban de estas cosas, y cuando lo hacían, por lo general, usaban un tono burlón o seguían sembrando dudas. Entonces, ¿hasta dónde creer que la Biblia provenía de Dios? ¿Hasta qué punto no pensar que se trataba todo de un invento humano?
Recién en la adultez se abocó a leer seriamente las Escrituras. Mediante una lectura mucho más profunda que la de aquel libro de historias de su infancia, en sus páginas halló respuestas a gran cantidad de preguntas. Acaso la más importante, es que la Biblia verdaderamente es obra de Dios. El hijo del vecino creyó que había demorado innecesariamente en encarar la lectura y el análisis de la Palabra, pero confirmó que nunca es demasiado tarde. A medida que iba avanzando en el proceso, conseguía esa paz que únicamente el Señor es capaz de dar.
Dice la Biblia: Toda palabra de Dios es digna de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio. Proverbios 30:5.
LA CONTRADICCIÓN.
En su familia se hablaba muy poco de Dios. De chico, no le habían enseñado a tener una relación con Él. Sin embargo, seguían ciertas costumbres y rituales de manera fiel: el festejo del año nuevo judío, la cena de Pesaj, la celebración del Bar Mitzva, la concurrencia a una comunidad de la colectividad…
De adolescente, al hijo del vecino (*) la duda lo alcanzó: ¿Existe o no Dios? De adulto leyó la Biblia y entendió que sí. Que no sólo existe, sino que además, en las Escrituras, dejó instrucciones, y un mensaje de amor y salvación para toda la humanidad. Al recordar su infancia, le llamó la atención aquella contradicción: por un lado, el aparente respeto por las tradiciones milenarias. Por el otro, el desinterés a la hora de aplicar las instrucciones de Dios en lo cotidiano. Esa desconexión había hecho crecer sus inseguridades, las cuales fue superando a medida avanzaba en el estudio de las escrituras bíblicas.
Cuando se convirtió en padre, se preocupó en no hacer lo mismo que vivió en su niñez. En lugar de conducir a su familia por tradiciones que sin un fundamento sólo son rituales vacíos, trató de enseñarles a tener una auténtica relación con nuestro Creador.
Dice la Biblia: Recurran al Señor y a su fuerza; busquen siempre su rostro. Salmo 105:4.
(*) En Colegiales o en cualquier rincón del mundo… El “hijo del vecino” podrías ser vos o yo. O cualquier hijo de vecino.
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