La antigua carta escrita en alemán. Abajo, pasaportes y la identificación con la letra J, en color rojo.
Me encontraba, días atrás, ordenando algunos papeles. Aprovechaba el tiempo libre de nuestro “aislamiento social preventivo y obligatorio”, cuando encontré en una bolsita de nylon una correspondencia que mis abuelos le enviaron a mis padres entre 1939 y 1941, desde la ciudad de Breslau, Alemania (actualmente, Wroclaw, Polonia).
Al ser toda mi familia perteneciente a la comunidad judía, mis padres Enrique y Ruth, tuvieron que abandonar Alemania, su tierra natal, en febrero de 1939, con 27 y 24 años respectivamente, para salvar sus vidas -junto al hermano menor de mi madre, mi tío Werner-, pocos meses después de haber contraído matrimonio, en septiembre de 1938.
Salieron en avión rumbo a Inglaterra y posteriormente en barco, desde el puerto de Southampton (el mismo desde el cual zarpó el Titanic en 1912) cruzando el Océano Atlántico, hasta Montevideo y Buenos Aires. Ni una ni en otra ciudad pudieron descender del buque. Continuaron navegando por los ríos De La Plata, Paraná y Paraguay hasta Asunción, siendo Paraguay uno de los pocos países del mundo donde se permitía el ingreso de judíos. En el pasaporte de mis padres figuraba la estigmática letra J en un sello rojo, para acreditar dicha condición, como pequeña muestra de la discriminación y la judeofobia del régimen nazi alemán.
Las cartas que encontré estaban manuscritas con lapiceras de pluma, por lo tanto, era muy difícil entender lo que decían -salvo por algunas palabras sueltas- debido a mis pocos conocimientos del idioma alemán, sumado a la antigüedad de los textos y la letra cursiva. Logré entender, no obstante, en una de ellas, fechada el 25 de junio de 1939, un párrafo escrito a máquina por el hermano mayor de mi padre, Guenther, a quien tendría la alegría de conocer en 1966, cuando junto a su esposa Hilde nos visitaron en Buenos Aires.
A esta ciudad finalmente mis padres pudieron llegar en 1942, en tren, desde Asunción. Por lo que pude interpretar de esos veinte renglones, mis padres estaban intentando que mis abuelos –con excepción de mi abuela materna, que había fallecido previamente, en 1938-, pudieran salir de Alemania, lo cual lamentablemente no fue posible. Los tres hermanos de mi padre -Guenther, Alfred y Rudi- consiguieron viajar a Inglaterra, China y Canadá respectivamente, y así, salvaron sus vidas.
Posteriormente, los tres se reunieron en Canadá, país al cual mis padres, mi hermana Susana y yo, estuvimos a punto de emigrar en 1960. Por trabas burocráticas no se pudo concretar este deseo. Las últimas cartas estaban fechadas en octubre de 1941, por lo cual, indudablemente al implementar los nazis la llamada “solución final del problema judío”, en 1942, mis abuelos fueron deportados a un campo de concentración y después, asesinados.
Estas cartas son parte de mi historia familiar, un valioso testimonio del holocausto de seis millones de judíos exterminados por los nazis.
Continúo con la historia familiar, a partir de la llegada de mis padres, en 1942, a la actual estación Lacroze del Ferrocarril Gral. Urquiza, desde Asunción del Paraguay. Tengo pocos datos de la vida de ellos entre aquel año y 1952, el año de mi nacimiento. Por su relato, sé que una vez en Buenos Aires y mediante una conexión con la comunidad judía, se instalaron en una pensión de la calle Azcuénaga, en lo que se conoce como el barrio de Once.
Mi madre trabajó un tiempo como empleada doméstica; mi padre, consiguió un empleo como administrativo en una empresa cuyo dueño también era de la comunidad. En 1945, nació mi hermana mayor, Susana, y se mudaron a un conventillo de la calle Conesa al 1200, en Colegiales. En 1952, cuando me incorporo a la familia, ya vivíamos en una antigua casa, tipo chorizo, en Palpa 3080, con un largo pasillo y tres departamentos, siendo el nuestro, el del medio.
Continuará…
Andrés Rosen
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