VIRREY LORETO AL 3000

A simple vista, alguien que camine por estos cien metros de Loreto entre Zapiola y Freire, quizás no note nada especial. La Escuela Marcos Sastre a mitad de cuadra, casas bajas, algunos árboles y punto, dirá, y seguramente con razón, quien a paso acelerado deba atravesar el lugar, en una u otra direción.

Sin embargo, si uno observa detenidamente podrá percibir algo especial. En época de vacaciones cómo ésta, donde la escuela primaria duerme su siesta veraniega, el silencio invade la atmósfera. El escaso movimiento vehicular y el empedrado de la calzada sólo es una pequeña porción del encanto de Loreto al 3000. El resto, tiene que ver con sus frondosos árboles, el canto de los pájaros y una sensación de armonía que brota, incluso, de sus viviendas.

Frente al colegio, hay un edificio que más allá de su modernidad, no deja de transmitir cierto magnetismo. Hay propiedades mucho más antiguas, en sana convivencia con casas jóvenes, caserones de amplios jardines y un verde generoso.

Si se arranca en Freire, y caminando a la par de la dirección vehicular, un modesto puesto de diarios inaugura la recorrida. Y dejando atrás el estruendo generado por esa arteria, por donde circulan tres líneas de colectivos (184, 168 y 151), uno penetra en este oasis impregnado en una tranquilidad que se resiste a ir de la mano con el «progreso» que parece estar transformando a nuestro barrio.

Casi al final de la cuadra, está la posibilidad de  pasar frente al caserón devenido en academia de danza de Margarita Bali, un clásico decano de Colegiales. Solo unos metros más… el final. La llegada a la intersección con Zapiola, implica un golpe de realidad: garita de vigilancia, semáforo, intenso tránsito, más colectivos, camiones de basura que van rumbo al Ceamse…

En síntesis, la vuelta al mundo «normal». Sin embargo, valió la pena haber atravesado esa mágica pasarela cargada de un aire que a uno lo induce a pensar: «Y sí, llegué al final, pero… ¿quién me quita lo caminado?».