Barrio Mío

El imponente piso 14

Desde el piso número 14 de una torre de la calle Palpa, se divisa una buena parte de Colegiales y Chacarita. Intimida esa impresionante variedad de colores salpicados en una especie de cuadro al natural que significa estar parado frente a la ventana del living-comedor. Son los edificios vecinos, que aparecen por allí abajo. Y en un mismo plano, esa indescifrable cantidad de manchones verdes, lo que equivale a decir, las copas de los árboles, incrustados por entre tejados, balcones y ventanas.

Las edificaciones son más bajas en su gran mayoría, pero hay excepciones. La más cercana es un coloso de más de veinte pisos, repleto de ventanitas cuadradas. Es la gigantesca pareja de torres de la avenida Álvarez Thomas y la calle Delgado, a la altura 800. Desde esta perspectiva, parece que la torre fuese solo una -la de Delgado-, pero su “melliza” está justo atrás, como si quisiera ocultarse, haciendo equilibrio en el límite entre los dos barrios, Colegiales y Chacarita, que de acuerdo a los mandatos oficiales, deben separarse a uno y a otro lado de Álvarez Thomas.

Integrantes de la fauna urbana, se agrupan antenas, persianas, toldos, cortinas, tanques de agua, alguna que otra pileta… Todo allí, tan al alcance de la mano, pero, al mismo tiempo, tan lejano, mientras el cielo encapotado amenaza con descargar otro de sus aguaceros de verano. No sería el primero en esta jornada de fin de año, húmeda y plomiza.

 

El suelo casi no se ve a esta altura. Tapado por los árboles y el cemento, apenas logra divisarse un pedacito de asfalto en la esquina de Conde y Palpa. Cada tanto, se ven pasar por ese lugar los colectivos de las líneas 184 y 151, que se dirigen con rumbo hacia Federico Lacroze.

De lado de adentro del departamento, el silencio predominante podrá ser interrumpido si el viento se filtra por una ventana semiabierta, o si el ascensor merodea por las inmediaciones del decimocuarto piso. La quietud de las alturas incluye la timidez de Tito, que seguramente no saldrá de su escondite cuando desconocidos abran la puerta. Ni siquiera, si es que éstos vienen para de proveerlo de su comida, con la finalidad de hacerle un favor a su dueña. El gato, pacientemente, esperará que los intrusos se vayan y abandonará su refugio para convertirse otra vez en amo y señor de su encumbrado hogar.

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