El diariero de Alvarez Thomas y Loreto, tuvo una tarea extra durante estos días: a la clásica pregunta «sabés donde para tal colectivo», se sumó la agotadora labor de responderle a numerosas personas: «Che, ¿que pasó con el micro?».
Entonces el hombre, resignado, volvía a contestar: «Mirá, yo me fui un día a las dos de la tarde y a la otra mañana ya estaba así». Y si el interlocutor insistía con la rareza del caso, llegaba la respuesta tajante: «Yo no le veo nada de extraño, todo el tiempo encontrás autos quemados en la ciudad. Más en verano. Un recalentamiento en el motor y chau…»
El jueves 4 de febrero, este micro escolar que circulaba en dirección a Elcano, se detuvo, acaso, por lo que acertadamente decía el amigo diariero. Su conductor procuró combatir el principio de incendio con el matafuegos. Pero ya era tarde. En cuestión de segundos, el fuego envolvió el vehículo y lo consumió casi por completo.
Pronto, llegó la Policía -que cortó Alvarez Thomas, generándose el típico caos vehicular- y los bomberos, que procedieron a apagar el incendio. La nube de humo negro, gigantesca, se llegó a ver inclusive en barrios vecinos. A Dios gracias, en el transporte no iban pasajeros y no hubo que lamentar heridos.
Pero las llamaradas fueron tan grandes que derritieron un farol de alumbrado, un tacho de basura, y hasta la mitad de las hojas de un árbol quedaron chamuscadas e inclinadas para el lado de la plaza Garicoits.
La curiosa situación no quizás hubiera superado el rótulo de anécdota, si no fuera porque una semana después, el micro sigue allí, casi en la esquina con Arredondo.
A pesar de los llamados de los vecinos a diversos organismos, como ser el 911, o la sede de la Comuna 13, es el día de hoy -viernes 12- que no ha ido nadie a retirar la unidad. Lo que vuelve la situación más preocupante, es la falta de señalización en el lugar del accidente. Al no haber luz alguna, existe el riego de que en horas de la noche, algún automovilista desprevenido, se «lleve puesto» el esqueleto por la parte trasera del mismo.
Mientras tanto, el micro sigue formando parte de la geografía de esa zona tan transitada, y hasta fue víctima de los graffiteros de turno, que no perdieron el tiempo y le hicieron inscripciones.
Para los que circulan por allí -tanto en auto como a pie-, es inevitable no toparse con su presencia. Tan inevitable, como para el diariero de Alvarez Thomas y Virrey Loreto, tener que seguir respondiendo las inoportunas preguntas de los que por primera vez, se encuentran con el saldo del siniestro.
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