En marzo, Bo Xantar cerró al público, como tantos negocios que acataron las medidas destinadas a frenar la transmisión de Coronavirus. Las hojas del almanaque fueron cayendo y mientras muchos comercios se reincorporaron a sus actividades, éste permaneció con la cortina baja. Casi ocho meses después, a principios de noviembre, la casa de comidas de Federico Lacroze y Zapiola, finalmente reabrió. Fernando, uno de sus dueños, explica: «Queríamos estar seguros de cumplir con todos los requisitos. Quizás podríamos haber abierto antes, pero la intención era la de tener todo absolutamente en regla. No hubiera sido grato que viniera una inspección y tener que bajar la persiana poco después de haberla levantado».
Bo Xantar es una casa donde la gente se sirve su propio pedido. La comida está expuesta al público en el salón. Por lo tanto, los protocolos tienden a ser más estrictos que en los comercios convencionales del rubro. Fernando comenta que, por ejemplo, han tenido que comprar barbijos descartables porque hubo clientes que pretendían ingresar sin su tapabocas. Al local no pueden entrar más de seis personas a la vez y en la puerta de acceso, hay un recipiente de alcohol en gel que lleva el sistema de presión a pie.
El autoservicio, tiene la modalidad «pago por peso». El kilogramo cuesta 45,90 o 49,90, dependiendo del horario en que se efectúe la compra (de 11 a 13 hs, vale 45,90). El precio es algo superior al que tenía previamente al cierre. «Tuvimos que subir aproximadamente cinco pesos el kilo», indica Fernando, que además se refiere al nivel de venta que experimentaron desde la reapertura: «Bajó bastante…. Estamos en un veinte por ciento de lo que era». A continuación intenta hallar los motivos: «Hay que tener en cuenta que muchos de los clientes que venían a comprar su almuerzo eran empleados del barrio y todavía no volvieron a sus trabajos. En la zona hay unos cuantos colegios, oficinas… Eso lo estamos sintiendo. Por otra parte, la situación hizo que la gente se pusiera a hacer y vender comidas en sus casas. Entiendo que la crisis obliga a buscar salidas alternativas, aunque también es cierto que a nosotros esta competencia nos perjudica, porque al no pagar alquileres, impuestos, ni tener controles, pueden ofrecer sus productos a costos más económicos».
De sus palabras se desprende que la realidad es complicada. De todos modos, se lo nota contento y esperanzado tras haber podido volver al ruedo: «Con el alquiler dentro de todo no hubo problemas, porque la dueña del local era comprensiva de la situación, pero otros gastos y deudas se fueron acumulando y había que afrontarlas sí o sí. Por más que las cosas no son como antes, por lo menos estamos abiertos. Ahora esperemos que esto vaya levantando con el correr de los días», concluye.
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