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Tres semanas después de nuestro último encuentro, quedamos en juntarnos con «El Cinéfilo» en el viejo bar. Ese mediodía, la cita estaba calculada para almorzar juntos. De modo que me ubiqué en una de las mesas del fondo designadas por lo habitual, para esos menesteres. «Voy a esperar a Nico, pero andá trayéndome una coca», le dije a Ariel, que, trapo rejilla en mano, raudamente había venido a limpiar la mesa.
Mientras esperaba, me preguntaba si Nico habría logrado contactar a la gente de Sacachispas, a la que buscaba con el objetivo de conseguir la película homónima. Mis pensamientos se posaron en la singular relación que mi amigo tenía con el cine. Que era fana del séptimo arte, de eso no cabían dudas. Pero sólo era un aficionado. De las escuelas de cine, jamás había pasado ni por la puerta. Y estoy seguro que tampoco había tenido el menor interés en hacerlo. En cuestiones técnicas no se metía. Ni siquiera manejaba el vocabulario de los cineastas. Pero en cambio, lo que tenía era una memoria prodigiosa y con eso disimulaba otras limitaciones. Se acordaba de todo: argumentos, escenas, diálogos, desenlaces… Le bastaba con verlas una vez para retener hasta los datos más insignificantes. Además, simultáneamente, iba anotando datos: fechas, artistas, frases…
Mientras repasaba mentalmente las singulares características de este personaje, contemplé como ingresaba por la puerta del medio. Ni bien me divisó acudió a la mesa. Lo vi, nuevamente, apesadumbrado. Por la breve introducción que hizo, supe que la crisis con su mujer recién estaba empezando. Pero prefirió no extenderse en el tema. Me di cuenta de que le hacía mal. «Creo que la descuidé…», murmuró.
No terminó de decirlo y otra vez estaba Ariel junto a nosostros, para levantar el pedido. «Un sanwich de crudo y queso, con matenca, en pan francés», le dije, apelando a una de las especialidades de la casa. «Que sean dos, añadió Nico, que no tenía ganas de pensar demasiado.
Lo consulté por lo de Sacachispas. Confesó que estaba tan bajoneado, que no se había ocupado del tema. Igual, le agradó mi interés. Yo me había quedado enganchado con su relato de Pelota de Trapo. Me atrapó, incluso, el magnetismo irradiado por la trayectoria de Armando Bo y toda su familia. Gente que, acarrreando opiniones a favor y en contra, dedicó su vida al cine. «Hasta el nieto, que se llama igual que él, ahora es director -acotó Nico-. Cuándo el abuelo murió, de cáncer, en 1981, tenía 67 años. Y el nieto, que es hijo de Víctor, tenía dos. Hoy todos hablan del nieto. Armando, es como que se hubiera convertido en leyenda».
Y otra vez su obsesión por las fechas y las edades. El paso del tiempo le llamaba la atención. No tengo claro si al punto de necesitar terapia. Pero que Nico era un distinto, lo era…
Quise conocer más de la carrera de los Bo. Tenía noción, por supuesto, de la extensa saga que tuvo a Armando como director e intérprete de las películas eróticas en las que intervino su mujer, Isabel Sarli. Pero lo que en ese momento me interesaba era su faceta menos conocida: la de hombre de fútbol. Entonces pregunté:
-Y después de Pelota de Trapo, ¿qué hizo?
-Trabajó y produjo unas cuántas películas más. Una de automovilismo: Fangio, el rey de las pistas; otra ya bastante subida de tono, llamada Con el sudor de tu frente… Pero con temática futbolística viene El Hijo del Crack, que es de 1953 y la dirige otra vez Torres Ríos junto a su hijo Torre Nilsson. Esa después te la cuento. Pero antes te comento lo que fue Pelota de Cuero. Esa la hizo diez años más tarde, en el ’63, y mantiene una especie de relación con Pelota de Trapo. Por más que no sea la continuación, hay puntos en común muy notables.
Los sandwiches ya estaban en la mesa. A un costado, mi gaseosa y el agua sin gas de Nico, quien sin haber tragado todavía el primer bocado, se largó a contar:
-Como en tantas pelis, todo empieza cuando está a punto de terminar. Resulta que Armando Bo compone un personaje Marcos Ferreti, un jugador de Boca que está en la etapa final de su carrera y deciden colgarlo por ser ya veterano y estar jugando mal. Las primeras imágenes son en La Bombonera, antes de un partido definitorio con River. La ficción se mezcla muchísimo con la realidad, porque este superclásico existió. Fue aquél del ’62, el del penal que Roma le atajó a Delem. Está lleno de imágenes de ese partido… Pero la historia en la ficción es la de Ferreti, que muy amargado por haberse quedado afuera del equipo, recuerda su infancia, su llegada a Boca en la novena división, su debut en primera… Y ahí aparece su hijo.
-¿Víctor?
-Sí. Tenía 20 años, interpreta al Marcos Ferreti joven. Jugaba de cinco, por esos tiempos le decían centrojás. Por eso cuando lo cuelgan, el que lo va a reemplazar es un chico con futuro de las inferiores, un tal Oliverio. ¿Pero sabés quién hace el personaje?
-¿Quién?
-Rattíiiin.
Nico alargó la I, festejando la ocurrencia de los autores, que dispusieron el ingreso del afamado símbolo xeneize en el filme. Quise saber si actuaban más futbolistas.
-De Boca, unos cuántos de ese año. Se los ve en el vestuario: el técnico D’Amico, Roma, Marzolini, Grillo… Pero el Rata -aunque casi no habla- es el que más interviene y el único con nombre ficticio, al interpretar un papel que tiene que ver con el argumento. Antes del suerclásico, Ferreti lo agarra a Oliverio y le dice:
-Ojalá esta camiseta las lleves por mucho tiempo. Yo lo hice por 25 años. Mucha suerte pibe…
Se abre la camisa, se le ve la remera azul y oro y es como que suelta una lágrima… Enseguida se cruza con Borocotó, que es el padrino que lo metió en las inferiores y lo acompañó toda su carrera. Y le agradece los consejos que le dio desde pibe. Un año después, Borocotó murió, a los 62 años. Después Ferreti, muy triste, se va de la cancha a caminar, a recordar… Y ahí, para los hinchas de Boca, es bárbaro, porque hay un montón de secuencias del barrio. Los conventillos, el Riachuelo, Caminito… Más allá de esas escenas pintorescas la película es un drama. Pero hay una suerte de segmento cómico que no incide en el argumento. Lo interpreta Nelly Beltrán…
-¿Qué hace?
-Su personaje es el de una hincha de River que -vestida con camiseta y todo- compra su platea. La ubicación que le dan está en medio de las mujeres de Boca. Igual se sienta pero la pasa mal toda la tarde, incómoda, haciéndose caritas con las adversarias, que la bardean. Siempre es con respeto, no hay agresiones de ningún tipo. Esa vendría a ser la parte cómica de una película que es todo lo contrario.
-¿Cuál es el pasaje de mayor dramatismo?
-Mirá, esta es una increíble coincidencia con Pelota de Trapo. Para mí, no es casual. El día de mayor felicidad se transforma en el más triste de su vida. En la película anterior sucede que cuando le anuncian que lo van a contratar por una guita fabulosa, el médico del club a los pocos minutos, le tira que no va a poder jugar nunca más al fútbol por un tema de salud. En Pelota de Cuero, debuta en la primera de Boca, es la figura del partido contra Quilmes (se ve la vieja de Guido y Sarmiento), y los hinchas lo llevan en andas a su casa. Al llegar, está Borocotó en la puerta y sin que diga una palabra, Ferreti se da cuenta de que la madre murió.
-Hay un vínculo muy fuerte…
-Sí, lo mismo que en Pelota de Trapo. Y en los dos casos, hay un padre ausente. La mamá es viuda. Acá Ferreti nunca logra superar la muerte de la madre. Esta perlita no tiene desperdicio: en el día previo a su debut, había arrancado una mata de pasto de La Bombonera para regalársela a la vieja…
-¿No tenía esposa?
-No. De joven, antes de debutar en primera, tenía una novia, Margarita, de la que estaba enamorado. Le dice «solo deseo llegar a algo para tenerte al lado mío para siempre». Pero por entre los botones de la camisa muestra la remera de Boca. «No podría querer a nadie más: la vieja, vos y ésta, que la llevo pegada al corazón. Daría la vida por ella, no sé qué haría si no la tuviera», le dice a la novia. Ahí a ella le cae la ficha y es consceinte de que el fanatismo que siente el tipo por el club no es normal. Después no vuelve a aparecer más. El guión no explica el motivo, pero da a entender que lo largó, o que Ferreti debió elegir entre el club y su novia, y eligió al club.
-¿Qué onda la música de la peli?
-Siempre está sonando un tango: Caminito, Cuando me entres a fallar, Pelota de Cuero, Gol Argentino. Todos los canta uno de los artistas más grandes de la historia: Edmundo Rivero, que incluso en un segmento -haciendo de él mismo- cena en un restaurante con Ferreti, que ya se acerca a su período de decadencia. En un momento algunos hinchas ya le empiezan a pedir que se retire. Desde la tribuna le tiran una frase genial: «Si no baja Grillo a ayudarte tenés que ir a trabajar al puerto». ¿Otra? «Andá que te mantenga tu vieja, no Boca». En una directamente se caga a trompadas con dos tipos en la puerta del estadio.
-Ah, pero entonces la pasa mal de verdad.
-Sí, sí. La prensa le da con un caño. También actúan varios periodistas deportivos: Fioravanti, Curco, Washington Rivera, Jorge Navarro, Ortega Moreno. En un partido con Racing lo matan: «Ferreti está cumpliendo una actuación decepcionante». Otra vuelta le hacen una nota, y deja plantado al periodista porque no le gusta la pregunta: Ya me tienen cansados esos de la radio, cada vez que preguntan algo es para embromar», se queja ante sus compañeros. Además tuvo problemas hasta con un técnico. Se da en la charla previa a un partido. El DT está con el pizarrón explicando una jugada y Ferreti cuestiona la táctica: «Nosotros el fútbol lo aprendimos en el baldío, con pelota de trapo -de nuevo la referencia a la película anterior-, con partidos que empezaban a la mañana y terminaban a la noche…».
-¿Y con los dirigentes?
-¡También! Al decirle que no lo van a tener en cuenta le sugieren que se podría hablar de una transferencia. Pero él se ofende: «Se creen que uno es un florero, un piano, una cosa que se vende así porque sí. Si no juego en Boca no juego para nadie, yo sé que camino seguir». Intentan convencerlo de que piense en el futuro y tira una frase que te deja helado: «Para mí ya no hay futuro». Y ahí se viene el final… Aunque antes la ficción se vuelve a mezclar con la realidad y se ve lo que pasa en aquel verdadero Boca-River del ’62. Con el partido 0 a 0, penal para River sobre la hora. Ejecuta Delem, Roma se adelanta y lo ataja. Se nota clarito desde un ángulo excelente. Con ese empate Boca casi se asegura el campeonato. La gente entra a festejar a la cancha… Una fiesta.
-Pero por otro lado…
-El drama. Muy deprimido, Ferreti va al conventillo donde vivía con la mamá. Mirá la foto de ella sobre la cómoda, saca un revolvér del cajón y lo guarda en el saco. Luego va hasta La Bombonera. Antes se cruza con un nene que vendía diarios igual que él cuando era chico. El nene lo admiraba y le pide, «Marcos, por favor, no te vayas…» Ferreti le responde: «Me tengo que ir, pero cuando me quieras ver, vos llamá: Marcos, Marcos… Vas a ver que yo voy a estar…» Ahí, música suave de fondo y nudo en la garganta… Ferreti, de traje, entra en La Bombonera vacía, mirá las tribunas y recuerda, como despidiéndose… Acá está el otro hecho significativo: en el momento culminante de Pelota de Trapo ocurría exactamente lo mismo, pero en el Monumental. Es como si Armando Bo hubiese querido corregir aquella parte con ésta otra…
-Dale, seguí.
-Va hasta el medio de la cancha. Se desabotona la camisa. Abajo, como siempre, tiene la de Boca. Agarra el arma, se dispara al corazón y cae en el césped. Atrás venía el nene corriendo. Pero ya es tarde… También viene el canchero, que tanto lo quería. Se pone a llorar encima de Ferreti. Y termina…
-Fuerte.
-Sí, y en los títulos, por una leyenda sobreimpresa, te das cuenta que está basado en un hecho real. Si la buscás en Internet la encontrás al toque. La historia es la de un futbolista uruguayo, Abdón Porté. Era un cinco combativo, capitán de Nacional, de esos jugadores de una sola camiseta. Ya veterano, le dicen que no lo necesitan más. El día posterior a su último partido va a la cancha de su club, el Parque Central, y se pega un tiro en el círculo central. Fue en 1918. Seguro que a Borocotó, uruguayo como era, lo conmovió la historia. Armando Bó recién tenía 4 años.
Los sandwiches de crudo y queso, también eran historia. Embuido nuevamente en la preocupación, El Cinéfilo saludó, partiendo a reencontrarse con la rutina. A mí, diez minutos me faltaban para emprender la retirada. Tiempo suficiente para disfrutar del cafecito post-almuerzo traído por Ariel.
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