Anochecer de viernes en Federico Lacroze y Conde. Vecinos y comerciantes de Colegiales, en momentos en que comenzaban las nuevas restricciones dispuestas por el gobierno de la Nación.
Fin de semana atípico en Colegiales. Escasas horas atrás, el presidente de la Nación había hablado al país. Frente a las alarmantes cifras del Covid-19, el DNU referido a las nuevas restricciones para comerciantes, vecinos, maestros y alumnos, comenzaba a regir el día a día de los argentinos, en principio, hasta el 30 de abril. La oposición al cierre de los colegios se hizo sentir. Desde el mismo viernes 16, las redes sociales se inundaron de mensajes, convocando a que padres e hijos se presenten el lunes en las puertas de los establecimientos educativos, protestando por la medida comunicada por Alberto Fernández. Claro que los disconformes con la suspensión de las clases, no fueron los únicos que se expresaron. Muchos, salieron a defender la decisión, trasladando también al terreno de la educación la pronunciada grieta que pareciera afectar a los argentinos en cada paso de su problemático recorrido.
El panorama es incierto en el atardecer del viernes. El barrio se prepara para ver cómo repercuten las medidas. Poco antes de las 19 hs., aumenta la expectativa por saber cual será la reacción de la gente en los diversos ámbitos. Hay opiniones a favor y en contra. Lo que no se palpa, es la indiferencia. En una librería atendida por sus dueños, ya está todo listo para cerrar: tienen la cortina baja, aunque no le niegan la atención a un cliente que llega sobre la hora. A escasos metros hay una carnicería: “Estamos hasta las siete”, confirma un empleado del negocio. No estamos sobre una avenida pero el movimiento en la calle es importante: automovilistas y peatones circulan con llamativa intensidad ante la inminencia de la hora fijada para el cese de la actividad.
Sobre una de las avenidas del barrio, como es lógico, el movimiento es mayor. Es un horario límite y los comercios se dividen entre los que ya bajaron la persiana y los que todavía no lo hicieron. En este grupo, están los “privilegiados” del rubro comestibles, que pueden hacer delivery hasta las 23 hs.
Un par de horas después, como era de esperar, la disminución en las actividades es notoria. Se escucha, en medio del silencio, un intento de cacerolazo. Dura aproximadamente un minuto. Entrometiéndose entre los sonidos de los golpes, un hombre, probablemente desde una ventana, grita con fuerza, algo que no se alcanza a entender. Sólo se logra deducir que está muy a favor, o bien muy en contra de los caceroleros. En la calle las grandes protagonistas son las motocicletas con sus cajas térmicas: el reparto de comida, está en un gran momento. Pero no son las únicas, también pasan autos y hasta hay algunos vecinos que caminan por las aceras, llevando a sus mascotas a hacer sus necesidades.
Son las primeras horas en el inicio de una nueva etapa en esta lucha contra la pandemia, que -¿quién lo iba a decir en marzo de 2020?- lleva ya más de un año. Lo que viene, sigue formando parte de un inmenso interrogante.
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