Barrio Mío

Colegiales, en el anochecer del 31 de diciembre

Resulta atípico pasar por la esquina de Conde y Palpa, mirar hacia el interior del Sanatorio Colegiales y no ver ningún paciente esperando en una guardia que muy frecuentemente está llena de gente. Pero este cuadro surrealista tiene una explicación: estamos a pocas horas del comienzo de 2024. La inminencia del año que se avecina, ha provocado esta comprensible ausencia en la sala de espera del histórico centro de salud del barrio.

Casi al mismo tiempo, dos cuadras más allá, en Conde y Federico Lacroze, queda también en evidencia que éste no es un día como tantos. Son cerca de las 20 hs. y la gente va y viene, alistándose para, seguramente, asistir a sus respectivas reuniones familiares.

Con este contexto se produce otra situación extraña: un muchacho de unos 25 años, parado a escasos metros de la esquina, a elevado volumen, escucha el tema “Rasguña las piedras” desde su celular.

Los comercios están cerrados casi en su totalidad. Sí que es atípico, por ejemplo, observar que negocios del rubro gastronómico como La Castellana o la pizzería San Antonio, carezcan de actividad. El kiosco de Conde, en cambio, sigue abierto, y atrae a un caudal importante de clientes.

Si el par de situaciones recién enumeradas fueron raras, esta lo será mucho más: hay un auto estacionado en doble fila a la altura del kiosco. Una señora sale de la enorme torre de Conde, abre la puerta trasera del coche y cuando a punto está de meterse, se da cuenta de que se equivocó de vehículo. Consciente de la confusión y con gran sentido del humor, cierra la puerta y se aleja caminando hacia la mitad de la cuadra, esperando hallar el auto al cual sí debía subirse.

Entretanto, pasa la gente con sus compras. Un hombre carga una bolsa de carbón. Otro hombre y una nena, llevan, cada uno, un paquete grande de papas fritas. “Que la pasen lindo”, se escucha a la distancia.

La cuestión de los colectivos da para varios párrafos. Sabido es que en momentos como éstos, escasean. En contraposición, unos cuantos pasajeros buscan subirse a uno para llegar a las cenas de fin de año.

En Conde y Lacroze el panorama coincide con esta descripción. En la parada del 184 y el 151, una mujer se cansa de esperar y detiene un taxi. El conductor le pregunta adónde va y ante la respuesta de la señora, accede a llevarla.

Otros usuarios siguen aguardando el colectivo. Algunos, parapetados en las esquinas, procuran prestar atención al tránsito de Conde y, al mismo tiempo, al de Lacroze. La doble mirada obedece a la posibilidad de tomar el 184 –que viene por Conde- o el 63 y el 42 –que lo hacen por la avenida. Es que las tres líneas se dirigen a la terminal de Chacarita, un punto neurálgico del mapa porteño.

Con el 151 –que atraviesa Conde- y el 168 –de trayecto por Lacroze- ocurre algo similar: las dos líneas llegan a Once y Constitución.

Sin embargo, transcurren 10, 15, 20, 25 minutos… Pero nada. Hay pasajeros que no consiguen sumarse a ninguna de las opciones y continúan mirando hacia un lado y hacia el otro. Sus rostros reflejan impaciencia y podría decirse, que también preocupación o incluso, desesperación.

Involuntaria testigo de toda esta situación, es la florista que, con pasmosa calma, sigue sentadita junto a su mercancía, en la puerta de un Bar Conde que también, ya ha bajado la persiana.

Foto: la intersección de Conde y Federico Lacroze, el 31 de diciembre, pasadas las 8 de la noche.

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