Gente de Cole

Voces de la Comuna 13

Querida madre

Querida madre, voy a redactar estas líneas recordando a tus amigas. Ellas eran tus compañeras y juntas disfrutaban de salidas y reuniones. Josefina era alta, delgada y de cutis blanco, de joven fue modelo, posteriormente emigró y regenteó una marca de ropa y cosméticos. Aida, en cambio, era más rellenita y muy amorosamente desbordaba simpatía, vivió en Mar del Plata y también en Brasil. De apellido Babenco, su hijo Héctor fue un renombrado cineasta. Ester era muy bonita, de corta estatura, de ojos pardos que brillaban a través de sus gruesos lentes, con cuatro hijos que pude conocer en su casa tan amplia.

Dice una canción… qué sabes del amor. Del amor a la naturaleza, a las orquídeas. Al corazón de todos que marca el tiempo como un reloj inmortal. Llévame en tus alas al cielo azul, aunque mucho no veo, recuerdo que amé sobre todo a Dios.

Hace tiempo, cuando estaba en la playa con mis tíos Sofía e Isaac -el hermano menor de mi papá-, ella, tan hermosa como siempre, me habló de un libro de poemas llamado “Cuentos para Verónica”, que trataba de una madre hablándole con amor a su pequeña hija. Su autora era Poldy Bird.

Te veo, Jorge Luis Borges, en mis sueños, con tus cabellos blancos, tus ojos de color celeste como el cielo, que no podían contemplar… Y te imagino con María Kodama. Tomo mi pequeño libro de tu autoría -El Aleph- y trato de comprenderlo por enésima vez. Voy hojeando sus páginas y la lectura me atrapa. Son tus cuentos de malevos que me transportan con su magia a esa época que no conocí. Fuiste bibliotecario y director de la Biblioteca Nacional, tus escritos tuvieron mundial reconocimiento, creo que ellos respiran olor a tinta y papel. Se nota tu abolengo en los idiomas que dominabas (inglés, latín, italiano y francés), por las citas impresas allí.

Eras filósofo e historiador, por lo menos, es lo que yo pienso. Tu cuerpo descansa en Suiza, tu ceguera no fue de nacimiento: conociste y disfrutaste de los colores del día, de las flores, su perfume y su belleza, del movimiento de los peces y de las aves, su vuelo.

También recorriste las calles de nuestra ciudad, así fue como te vi en la esquina de Maipú y Marcelo T. de Alvear, pero no me atreví a acercarme por mi timidez. Solías sentarte en los bares de Recoleta, allá en Junín y Quintana, La Biela era tu lugar favorito.

Raquel Seltzer

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