Gente de Cole

De la «escuela de los lápices» al secundario Julio A. Roca

Para leer la nota anterior:

De una Europa en llamas al querido Colegiales (II)

Hice mi primaria en la denominada “escuela de los lápices” (oficialmente, Gran Mariscal del Perú, Ramón Castilla), la de Conde entre Palpa y Céspedes. Pero en 1964 terminé el colegio primario y por primera vez, mi vida dejó de estar centrada en Colegiales. Ingresé, en 1965 al Colegio Nacional 8, Julio Argentino Roca, que estaba ubicado en Amenábar entre La Pampa y Sucre, en el corazón del barrio de Belgrano. Tiempo más tarde, el edificio se mudaría donde aún está en la actualidad, al final del pasaje Zuberbühler, muy cerca de la estación Belgrano R.

A la secundaria solía ir a pie, principalmente, a la ida. Caminaba por Zapiola hasta Avenida Elcano, y después, por José Hernández, hasta Amenábar. El regreso a casa variaba entre caminar hasta la Avenida Cabildo y tomar el colectivo 68 colorado (posteriormente 311 y actual 168, que también, incomprensiblemente, cambió su tradicional color por una combinación de blanco, azul y rojo), o regresar caminando hacia mi domicilio de Zapiola al 900.

En algunas ocasiones volvía junto a mi compañero de banco, Jorge, que vivía en Virrey del Pino al 3000. Para llegar hasta su casa luego de cruzar bajo el puente del Ferrocarril Mitre -en aquella época, angosto con solo un carril para el transito en cada dirección- doblábamos a la derecha por el pasaje Zuberbühler, hasta Virrey del Pino. Quiero destacar, al llegar a este punto del relato, que Virrey del Pino es una de las tantas calles de Buenos Aires que pierde su continuidad en dos tramos, y a pesar de eso, continúa llamándose de la misma manera: empieza en Avenida del Libertador y llega hasta Crámer, allí se corta y reaparece con el mismo nombre desde Zuberbühler hasta Álvarez Thomas. En mi opinión esto se presta a confusión, por lo cual debería haber cambiado el nombre como sucedió con otras arterias. Existen casos como las ex Avenida del Tejar y Republiquetas, que pasaron a ser Avenida Balbín y Crisólogo Sarralde, por motivos políticos.

En el verano de 1968, después de terminar el tercer año del secundario, conseguí mi primer trabajo, durante dos meses, atendiendo un kiosco anexo a una juguetería, propiedad de la familia de mi futuro cuñado, Alfredo. Estaba en la Avenida Santa Fe al 1900, localidad de Martínez, partido de San Isidro.

Dio la casualidad de que frente al negocio se hallaba la parada de la línea 60, en dirección a Plaza Constitución. Por lo tanto, aprovechando los momentos libres, sin clientes que atender, pude desarrollar mi actividad predilecta, inspector de líneas de transporte. Así comprobé personalmente, lo que se decía en ésos tiempos: que la 60 era la mejor línea de Buenos Aires. Logré constatar que contaba con 170 internos con una frecuencia de muy pocos minutos entre coche y coche. Todavía no existía el Ramal Panamericana, por lo cual, todos cruzaban el Puente Saavedra, diferenciándose sus recorridos sólo con los Ramales Alto y Bajo. En la actualidad la 60 dejó de ser aquella espectacular línea, ya que la mayoría de los coches realizan un recorrido corto, desde la zona norte del Gran Buenos Aires hasta Barrancas de Belgrano, y un servicio diferencial hasta Plaza Italia, llegando pocas unidades a su terminal, en el barrio de Barracas. Esta línea, además, está perdiendo su tradicional color amarillo, y ya casi todos los coches están pintados de blanco y rojo.

Al año siguiente, cursando el quinto año en el colegio, trabajé durante algunos meses ayudando en sus tareas escolares a un par de alumnos que cursaban la primaria. Conseguí el trabajo colocando un aviso del rubro «ofrecidos» en el diario Clarín. Recuerdo, sobre todo, a uno de ellos porque algunos días iba a su departamento -creo que estaba sobre Avenida Las Heras- y llegaban por radio la transmisión de “las 84 horas de Nurbungring”. Era una competencia donde intervenía la llamada Misión Argentina de los automóviles Torino, fabricados en Córdoba, muy recordados el año pasado al cumplirse el aniversario número 50 de aquellas históricas jornadas. Mi alumno era fanático del automovilismo y realmente su preparación escolar era muy difícil por aquellos días.

Andrés Rosen

Foto: en la puerta de la «escuela de los lápices», de Conde al 900.

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