Historias cortas y con aroma a barrio.
BIENVENIDA AL HOGAR.
Llueve y hace frío. Pero a Carolina, el clima le interesa poco y nada. Ella quiere ir a buscar a su cobayo. Acaba de festejar sus ocho años y este es el regalo de cumpleaños que les pidió a sus papás. Se entristeció mucho un par de días atrás, al frustrarse la compra del animalito porque el lugar al que habían apuntado estaba cerrado. Pero ahora, el tema está resuelto. Con su mamá, fueron hasta un negocio ubicado sobre Federico Lacroze y eligieron a la mascota que Caro tanto deseaba. Es una hembrita, de colores blanco y marrón claro. La mamá paga en efectivo y salen del local, con Lila –la cumpleañera ya le puso nombre- en su jaulita.
Oscurece sobre la Ciudad. Cuando partieron de su casa caían unas gotas, pero pareciera que en este instante la lluvia es más fuerte. Además, ha refrescado… ¡Y cómo! Con este panorama, a pie, emprenden el regreso. Carolina está feliz con la nueva integrante de la familia. La mamá también, aunque durante la caminata, a su rostro alegre se le va desdibujando la sonrisa. Es ella la que ante las inclemencias del tiempo tiene que cargar con la pesada jaula. En un principio daba la impresión de que no sería tan difícil, pero bajo estas circunstancias y las aproximadamente trece cuadras que hay hasta la casa, el humor de la señora va modificándose. “¿Por qué no habremos tomado un taxi?” Seguramente esta pregunta se cruza por su mente más de una vez a medida que avanzan por las calles de Colegiales, y que el viento y la lluvia le golpean la cara. Pero ya está… La idea es apurar el paso y llegar lo más rápido posible. Entretanto, Caro mantiene su desbordante entusiasmo y Lila está en la jaulita, protegida por un plástico negro que no permite que le entre el agua.
Al fin llegan… La mamá de Caro está cansada, empapada y con un humor terrible. Con el correr de los minutos, probablemente, su fastidio, se irá disipando. A la nena, que también está mojada, la felicidad le invade cada parte de su cuerpito. ¿Y Lilita? Bueno, para ella todo es nuevo. Poco a poco, tendrá que acostumbrarse a su flamante hogar. Quizás nunca alcance a comprenderlo, pero es mucho el amor que bajo ese techo la está esperando.
ERROR DE CÁLCULO.
Ignacio está sentado en una silla de Petaca’s, la pizzería de Zapiola y Virrey Arredondo. Solicitó una grande de muzzarella y seis empanadas de carne, para llevarse a la casa. Parapetado junto a la caja registradora, Alberto le tomó el pedido. Ignacio aguarda en un rincón. Prefirió quedarse adentro, porque en esta noche, a pesar de ser primavera, hace frío y llueve, lo que también explica que no haya comensales en las mesas de la vereda.
El cliente pone la mirada en el televisor, encendido en el exterior de la pizzería. Como es muy frecuente en la vida de Petaca’s, la tele está emitiendo imágenes de un partido de fútbol.
No habrán transcurrido más de diez o quince minutos, y viene Alberto con la comida. Cuando lo ve caminar hacia él, Ignacio instantáneamente, se le levanta para recibir el pedido. Pero un error de cálculo hace que, al ponerse de pie, con su hombro izquierdo, haga contacto con una bandeja redonda -apoyada sobre la barra- repleta de frutas… Un segundo más tarde, la bandeja de acero inoxidable impacta contra el suelo, provocando un fortísimo estruendo. Entretanto, naranjas y manzanas ruedan por el piso del local, desde la barra hacia el horno. El maestro pizzero se encarga de juntarlas. Nada se rompió, aunque el cliente, avergonzado, no sabe como disculparse. Pide perdón una y otra vez. Por el contrario, con mucha calma y una sonrisa, el propietario le dice que se tranquilice. Ignacio intenta hacerlo y se va. Alberto lo despide. No sería nada extraño que enseguida suene el teléfono y el clásico saludo vuelva a escucharse una vez más: “Pizza Petaca’s buenas noches”.
(*) Las historias son verdaderas. Los nombres, para preservación de los mismos, no siempre corresponden a sus protagonistas.
Foto: Petaca’s, en Zapiola y Virrey Arredondo.
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