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El hijo del vecino y…

CULPA Y PAZ.

El hijo del vecino (*) se sentía frustrado. A menudo tenía culpa por no haber hecho las cosas correctamente. Si bien anhelaba evitar esa incómoda situación que lo perseguía, no siempre lo lograba.

A veces tenemos la sensación de que todo lo hacemos mal, que siempre nos falta algo para cumplir lo que Dios nos demanda. Y eso es correcto porque nunca lograremos estar a la altura de Su justicia ni lo que pretende de nosotros. Por más esfuerzo que hagamos, siempre estaremos en deuda. Sin embargo Él también desea entregarnos Su paz, una paz en abundancia, para que espiritualmente ya no tengamos que atravesar por viejos sufrimientos.

Por eso, la deuda para con nuestro Creador, ya ha sido pagada por Yeshúa (Jesús). Esto no significa que no tengamos que seguir obedeciendo Sus mandatos. Pero si no podemos hacerlo, el arrepentimiento sincero y la confesión en una simple oración dirigida a nuestro Padre celestial, son elementos suficientes para que el Señor nos extienda Su mano bondadosa. Por la sangre derramada por el Mesías, hemos sido perdonados, pero si sabiendo esto, la culpa por estar en falta sigue atormentándonos, estamos sosteniendo una inmadurez que probablemente no esté fundamentada en Dios sino en aspectos de nuestro carácter que debemos componer. Lo positivo es que para hacerlo, también podemos contar con Él, que en todo momento nos ofrece Su desinteresado auxilio.

Todos somos culpables pero al aceptar la obra redentora de Yeshúa, Su sacrificio nos libera del pecado y nos conduce a un terreno de paz interior que Dios quiere entregarnos. Luego, está en nosotros, el hecho de tratar de despojarnos de nuestras viejas ataduras y tomar posesión de él.

Dice la Palabra:

(Dijo Yeshúa –Jesús-): La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden. Juan 14:27.

DE PADRES A HIJOS.

La preocupación invadía al hijo del vecino (*). Con su esposa, ya no sabían qué hacer para que su hijo –que estaba ingresando en la adolescencia-  entrara en razones. La convivencia se había tornado muy difícil. A veces, ellos se formulaban esta pregunta: “¿Y no será que los que estamos cometiendo el error somos nosotros?”.  

Una mala conducta de un hijo, suele provocar dolor, tristeza y enojo en los padres. Existen muchas familias sumidas en la angustia porque los hijos equivocan decisiones. Sin embargo, ¿cuántas veces los adultos son tanto o más responsables aún de los problemas que hay en una casa? Así como Dios nos ha instruido para que honremos a nuestros padres, también lo ha hecho para que, asimismo, tratemos bien a nuestros hijos.

El apóstol Pablo dijo en Colosenses 3:21, “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”. El mismo Pablo, escribió en otra de su cartas (Efesios 6:4): “Padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien críenlos con disciplina e instrúyanlos en el amor del Señor”. Aquí amplía lo dicho en Colosenses 3.21, agregando que la instrucción debe ser en el amor de Dios.

Por supuesto, no hacerlos enojar, no significa que no haya que ponerles límites, aunque esa disciplina, debe estar acompañada por un afecto fraternal. ¿Cuántas veces los padres descuidamos esto? Quizás una cosa (la disciplina), quizás la otra (el amor), o ¿por qué no? ambas a la vez. Por eso, más que lamentarnos por la conducta de nuestros hijos, deberíamos comenzar por hacer una autocrítica y mejorar como padres. La ruina de una sociedad comienza por su célula primaria, la familia. Si puertas adentro las cosas no funcionan, lo más probable es que las dificultades se trasladen hacia afuera. ¿Y no es esto, precisamente, lo que está sufriendo el mundo de hoy?

Dice la Palabra:

Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. Proverbios 22:6.

(*) En Colegiales o en cualquier rincón del mundo… El “hijo del vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.

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