EL PLACER INSTANTÁNEO
Mientras miraba la TV, el hijo del vecino (*) puso especial atención en un aviso de la tanda comercial, donde varios jóvenes bebían cerveza y disfrutaban de lo que parecía ser una agradable reunión. Una leyenda común a las publicidades de bebidas alcohólicas, aparecía en la pantalla, en letras muy chicas.
“Beber con moderación”, se aclara al final de las propagandas de bebidas alcohólicas. El consumo de alcohol aumentó enormemente, afianzándose como una de las causas principales de los graves problemas de la sociedad. Si bien la publicidad señala que beber en exceso es perjudicial para la salud, la poca o nula importancia que se le da a esta advertencia, se refleja, por ejemplo, en el grado de violencia y agresión que hay en la calle, en la destrucción que generan los accidentes de tránsito o en la depresión que sobreviene después de tomar de más. Reuniendo estas y otras variables, no es difícil darse cuenta de que su inadecuado consumo es gran responsable de muchos males que nos atacan.
La adolescencia es una puerta de entrada gigante a este flagelo. El alcohol suele avanzar con fuerza incluso entre chicos cuyos padres no hubieran imaginado, años antes, que su familia se vería afectada por situaciones tan complejas. Pero una vez que los jóvenes comenzaron a recorrer este camino, es muy probable que para volver atrás, sea demasiado tarde. Si bebemos con moderación, el alcohol no hace el efecto perseguido, o sea, la tan seductora borrachera. Y los “placeres” que temporalmente da este estado, son tentaciones difíciles de resistir, en tiempos en que la búsqueda de la diversión instantánea parece reinar por sobre todas las cosas.
Para Dios, no existe pecado en el hecho de ingerir bebidas alcohólicas. Sin embargo, sí condena el exceso y la adicción. Él anhela lo mejor para sus criaturas y por algo nos dio estas instrucciones. Pero una vez más, observando el mundo de hoy, a la vista está que también en esta cuestión, el ser humano, en general, ha elegido ignorarlo.
Dice la Biblia:
Ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 1 Corintios 6:10.
AMARLOS Y CUIDARLOS
El hijo del vecino (*) había empezado la escuela secundaria. Su mamá le dijo que lo pasaría a buscar a la salida. Tendrían que caminar varias cuadras hasta la casa, en una zona con antecedentes de robos a los alumnos. Él le respondió que en vez de ir hasta la puerta, se encontraran a la vuelta del establecimiento. La mamá dudó, pero terminó aceptando.
A medida que los niños crecen, el vínculo con sus padres tiende a ser cada vez menor. En la etapa posterior a la infancia, hay chicos que directamente sienten vergüenza de sus papás. Creen que éstos están pasados de época y que ellos ya están capacitados para valerse por sí mismos. Se fastidian, también, si pretenden darles indicaciones, consejos y/o advertencias. La interacción que tienen con el mundo que los rodea, como ser los compañeros de colegio, los incentiva a acelerar la búsqueda de la independencia. Las consecuencias de ese ferviente deseo de “independencia”, pueden llegar a ser graves, tanto a nivel individual como familiar.
Los adultos de hoy, ayer han sido jóvenes y las directivas con las cuales educan a sus hijos, están respaldadas por la experiencia de haber pasado por circunstancias que, en cambio, ellos recién están empezando a vivir.
A pesar de que en nuestros días puede parecer algo trivial, este asunto es de tanta importancia que por algo, Dios lo incluyó en su decálogo. El quinto mandamiento es elocuente: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Esto significa amarlos, respetarlos, cuidarlos… Cuando un hijo no presta atención al mensaje de un padre o siente vergüenza por él, más allá de causarle dolor, está fallándole a nuestro mismo Creador, que es el Padre que nos dio la vida, el amor, el sustento y la salvación.
Dice la Biblia:
Hijo mío, obedece el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Proverbios 6:20.
(*) En Colegiales o en cualquier rincón del mundo… El “hijo del vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.
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