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El hijo de vecino y…

UNA LUCHA CONTRA GIGANTES

El hijo del vecino (*) quería tener fe. Estaba en el buen camino, pero al mismo tiempo solía preguntarse: ¿Tengo la fe que quiero tener? Y llegaba a la conclusión de que ésta todavía no era suficiente. También comprendió que la fe estaba presente, pero para salir a la luz, debía luchar contra algunos obstáculos nada amistosos que anidaban en su interior, como la inseguridad, el pesimismo y la auto-exigencia.

Su inseguridad lo llevaba a replantearse: “Creo, pero ¿será verdad lo que creo?”. El pesimismo, lo hacía recular: “Promesas de bendición y vida eterna… Suena demasiado lindo para ser verdad”. La auto-exigencia lo ponía en una situación incómoda: “Si mi fe no está al ciento por ciento, es lo mismo que nada”.

A lo largo de su vida, había atravesado circunstancias que hicieron que su estima disminuyera. Esto también conspiraba contra su búsqueda de fe: “Para mí esta es LA VERDAD, pero, con tanta gente que dice que lo contrario, ¿por qué seré yo el que tiene razón, y no los demás?”.

En su mente la pelea era constante. Sin embargo, el panorama se aclaraba con este razonamiento: inseguridad, pesimismo, auto-exigencia desmedida, baja auto-estima… Todos esos eran gigantescos elementos que había ido incorporando a través de los años por diferentes circunstancias de la vida. Elementos muy humanos pero contrarios a la naturaleza de nuestro Creador. En cambio, la fe es un don de Dios que traemos desde el nacimiento (Romanos 12:3). Pero si en vez de hacerla crecer, ocupados y entretenidos en otros asuntos, permitimos que quede en el último rincón de nuestro corazón, un día quizás pensemos que, de tan olvidada, no existe. Y si queremos rescatarla, deberemos enfrentarnos a esos “gigantes” mentales que harán lo imposible para ensuciarlos el camino. Paradójicamente, a esos gigantes, sin darnos cuenta, sí los dejamos crecer -razonaba el hijo del vecino-, mientras a la fe le quitábamos importancia, siguiendo los mandatos de un mundo que parece darle la espalda a Dios.

Dice la Biblia:

No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. Romanos 12:2.

“OJO” CON EL OJO

El hijo del vecino (*) contempló la lámina que la maestra había colocado en el pizarrón. Él y sus compañeros de grado, pudieron observar con detenimiento, un impresionante dibujo del ojo de una persona y todo lo que contiene. Quedó asombrado. Nunca antes lo había visto de esa manera.

En la escuela seguramente hemos tenido la oportunidad de estudiar los gráficos que nos detallaban la composición del ojo humano, con todas sus piezas y el rol específico que cada una desempeñaba en el delicado funcionamiento de este órgano tan importante del sistema corporal. El ojo es una pieza de diseño tremendamente compleja y maravillosa, que no sólo se limita a cumplir la función de “ver” lo objetos. Además, ojos y cerebro, asociados y trabajando en conjunto, son capaces de distinguir, de identificar, para a partir de ese reconocimiento, realizar una serie de actividades a nivel interno, de las que ni siquiera somos conscientes.

Nuestros ojos son un claro ejemplo de lo que es un diseño de excelencia. Su nivel de complejidad es notable. Pero el mundo caótico que habitamos -además de lo que puede ser nuestro desinterés-, a menudo no permite que nos detengamos a pensar ni en los ojos, ni en el extraordinario organismo que nos lleva por la vida. Es que si analizamos esto, quizás también tengamos que darnos cuenta de que los habitantes de la tierra no somos consecuencia de la casualidad, sino de la idea de un diseñador que creó todo con infinita sabiduría. Y si aceptamos esto, a lo mejor también tengamos que admitir que en lugar de vivir como si este Creador no existiera, deberíamos dejar de lado nuestra rebeldía y respetar las normas que nos manda a cumplir. Y es precisamente esto lo que no nos gusta: ser obedientes, aceptar que alguien con autoridad nos ponga reglas, aunque nos ame y sea para beneficio nuestro. Por eso, a tanta gente le resulta más sencillo escapar de Dios, que intentar acercarse a Él.

Dice la Biblia:

¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable. Isaías 40:28.

(*) En Colegiales o en cualquier rincón del mundo… El “hijo de vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.

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