Columnas

Bien de familia

Jamás había hablado con Leopoldo Wildau ni lo había visto personalmente. Sí en fotos, algunas de cuando él era adolescente. Fotografías del casamiento de mis padres, dispersas dentro de un álbum fechado a fines de la década del Sesenta. Poldo -su apodo familiar-, primo segundo de mi papá, había sido invitado a la fiesta conyugal, en su carácter de integrante de una numerosa parentela. El casamiento fue en Buenos Aires. Mi papá llevaba más de diez años en la Capital Federal, tras de haber arribado desde su Ente Ríos natal. Poldo, en cambio, para asistir a la boda viajó desde Santa Fe, provincia en la que nació y en la que seguía viviendo.

¿Cuántos años pasaron desde aquel evento? Sí, más de cincuenta… De pronto, sonó mi celular. Una videollamada. ¡Era Poldo! Claro, no sería veraz si dijera que yo no estaba a la expectativa de mantener una charla con él. Porque yo mismo, rato antes, me había contactado con Poldo vía mensaje de whatsapp. Tras conseguir su número, en pocas líneas me presenté y le conté mi propósito de escribir un libro sobre los Wildau. Estaba en Concordia, Entre Ríos –vive allí hace muchos años-, aunque a pesar de la lejanía mostró una gran predisposición. Aceptó gustoso la charla presencial que le propuse, agregando que viajaría a Buenos Aires dentro de unos días.

Siempre por escrito, me atreví a pedirle más: “Si tenés unos minutos hoy o mañana quisiera al menos tener un contacto telefónico, así brevemente te consulto sobre algunos temas que me servirían como para ir organizando el trabajo”. Volvió a responderme que estaba a disposición. Pero lo que no imaginaba, era que el propio Poldo tomara la iniciativa de efectuar rápidamente la videollamada.  La sorpresa fue quizás mayor todavía, cuando apareció en la pantalla… comiendo. Tras los saludos iniciales, de inmediato confirmó, despreocupadamente: “Estoy comiendo un postre”.

En pocos segundos, me demostró que todo ese empeño que yo había puesto, procurando ser formal y causarle una buena primera impresión, no era necesario. De movida, Poldo rompió con la solemnidad y casi sin darme cuenta, me encontré conversando con él como si lo conociera de toda la vida. Durante el diálogo puso su buena memoria en evidencia: se acordaba muy bien del casamiento e incluso de una despedida de solteros que mis padres tuvieron en una cantina de La Boca. Me contó algunas cosas de su vida, con la ilusión de mi parte, de que lo más lo más sustancioso, quedara para el encuentro presencial de más adelante.

Sobre el final del contacto telefónico, le expresé mi alegría y añadí que este primer contacto había servido “como para romper el hielo”. Instantáneamente salió al cruce con una frase contundente: “De mi parte no hay ningún hielo, yo lo que tengo es fuego, no hielo”, dijo, palabras más, palabras menos. Con franqueza, estaba dándome a entender que más allá de toda formalidad, podíamos dialogar en total confianza.

Mediante esta sentencia y ya en la despedida, el terreno quedaba listo para un anhelado encuentro cara a cara.

Pablo Wildau

Foto: Leopoldo «Poldo» Wildau, el primero desde la izquierda, en la fiesta de casamiento de Alfredo y Susana.

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