Columnas

Bien de familia

Testimonio de Inés Wildau.

“Nací el 28 de julio de 1939 en Colonia Avigdor, el pueblo de la Provincia de Entre Ríos al que llegaron mis padres, que huían de las terribles dificultades provocadas por el nazismo previamente a que se desatara la Segunda Guerra Mundial. Ellos no se conocían. Vinieron por separado a la Argentina, cada uno, con sus respectivas familias. Gertrud, mi madre, llegó recién casada, en un matrimonio por conveniencia de los tantos que se hacían en esos tiempos para poder sobrevivir. El gobierno alemán no dejaba que cualquiera se fuera libremente del país. Existían reglamentaciones especiales. Las familias autorizadas a emigrar no debían estar compuestas por menos de cuatro integrantes. Ellos eran cuatro: sus padres, su hermano Rudy y ella. El matrimonio de mi madre llevó a los miembros a cinco. Su esposo era un hombre de apellido Trum. Cuando luego de hacer el viaje estuvieron instalados en el pueblo, se separaron y él se fue de la Colonia. Más adelante, llegó Herbert, mi papá, y formaron una pareja aunque no pudieron unirse legalmente en matrimonio. Ella era casada y no existía todavía la ley de divorcio, si bien, tampoco hubiera sido fácil para ella divorciarse, ya que nunca más  volvió a ver a quien figuraba como su esposo.

Soy la primera de los tres hijos de Herbert y Gertrud. Al año siguiente (1940) nació Alfredo y en 1941, lo hizo Juan. Los primeros recuerdos que tengo están relacionados con una infancia pobre, pero muy feliz. Con casi absolutamente nada, éramos felices. Vivíamos en un casa en el medio de la nada. En aquellos primeros tiempos, mis padres vivían del campo, como la mayoría de los colonos recién llegados de Alemania. Tuvieron que aprender de cero, porque en su país eran gente de ciudad, con una cultura totalmente diferente. Pero era la única alternativa que tuvieron. Se fueron con una mano atrás y otra adelante, sin saber lo que les esperaba, pero sabían que si no lo hacían, las consecuencias podían ser mucho peores. De hecho, lo fueron, porque muy pronto comenzaron las persecuciones a los judíos y los que no escaparon, terminaron arrancados de sus hogares, separados de sus seres queridos, confinados en un ghetto o directamente muertos. Ellos y sus respectivos padres (mis cuatro abuelos) consiguieron huir y Entre Ríos los recibió. La Colonia Avigdor fue la última de las poblaciones agrícolas destinadas a albergar inmigrantes judíos procedentes de Europa. Este proceso se había iniciado a fines de 1800 y a diferencia de otras colonias, entiendo que Avigdor prácticamente no existía y creció en base al arribo de los alemanes que pretendían salvarse del nazismo.

Decía que tuvimos una infancia muy pobre. Ochenta años atrás no conocíamos lo que eran los medios de transporte a motor. Íbamos al colegio a caballo, siguiendo caminos rurales. Recorríamos grandes distancias para asistir a la única escuela del pueblo. Lo hacíamos con frío o calor, con sol o con lluvia. Yo me subía al Petiso, mi caballo, y él me llevaba a todos lados. También mis hermanos, mis primos… Y todos los chicos hacíamos lo mismo. No conocíamos otra cosa. Por eso, seguramente, no nos quejábamos. Si uno lo ve desde la perspectiva actual, quizás piense: ¿cómo pudieron? A lo mejor nuestros padres y abuelos sí lo sufrieron, pero lo que es a nosotros, esta forma de vida nos parecía la más normal del mundo. Como dije, con muy poco, éramos felices”.

Continuará…

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