LA LUZ ROJA
Parado en una esquina, el hijo del vecino (*) observó como mucha gente cruzaba la calle mientras el semáforo estaba en rojo. Lo hacían los peatones, pero los automovilistas (aunque no siempre), sí eran respetuosos. El hijo del vecino se preguntó: ¿Por qué un comportamiento tan diferente?
Hay leyes que por lo general no se cumplen. El semáforo es un buen ejemplo. Mientras el automovilista tiende a cumplir, el ciudadano de a pie no lo hace. La referencia es a las calles tranquilas, donde pareciera no haber peligro de que un vehículo embista al que cruza.
“¿Son más respetuosos los automovilistas que los peatones?”, volvió a preguntarse el hijo del vecino. De modo instantáneo, se contestó: no lo son, solo que los controles y las leyes son más rigurosas para unos que para otros. Podría haber fuertes multas para un conductor que ignore un semáforo. Pero “no pasa nada” para quien pase caminando. Eso sí: cuando el conductor se convierte en peatón, lo más probable es que se olvide de esta regla vial.
Este sencillo ejemplo demuestra que el ser humano es desobediente por naturaleza. En su ADN anida la transgresión. Sólo acatará una norma si es forzado a hacerlo. Pero si puede evadirla sin ningún costo, lo hará. El hombre es proclive a rebelarse ante una autoridad, en la calle, en la escuela y hasta en el hogar. Si cree que su desobediencia no implica ningún riesgo, es muy probable que la cometa.
Para que las personas convivan en armonía, nuestro Creador también estableció normas. Al ignorarlo a Él, mucha gente tampoco hace caso a ellas. Tal vez entiendan que esta desobediencia no tenga costo. Sin embargo, en algún momento tendremos que presentarnos ante Él. Dios no desea castigar, pero como Su justicia es perfecta, no permitirá que la transgresión quede impune. Entonces, quiérase o no, también Su juicio llegará.
Dice la Biblia: (Dijo Yeshúa –Jesús-): Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Mateo 12:36.
DOS POSTURAS EXTREMAS
El hijo del vecino (*) estaba desorientado. A veces escuchaba frases como esta: “Dios es amor”. A veces, oía dichos de este tipo: “Portate bien o Dios te va a castigar”. ¿Cuál era la correcta? Las primeras palabras, daban a entender que como el Señor ama a las personas, hay vía libre para hacer cualquier cosa, total, Dios es amor y quiere que seamos felices. El otro punto de vista es totalmente opuesto y lleva a pensar que hay que cuidarse mucho porque en cualquier momento podemos sufrir las consecuencias de la desobediencia.
Ambas posturas están presentes en nuestra sociedad. Vistas desde estas perspectivas, pareciera que se refieren a creencias diferentes. Sin embargo, aunque resulte increíble, parten del mismo origen. El problema, es que llevadas al extremo, sobreviene una sensación de que una postura excluye a la otra. Y no: Dios es amor y es justicia. Nos ama y anhela que lo reconozcamos en todos nuestros caminos. Nos da oportunidad tras oportunidad, con el propósito de que no equivoquemos el rumbo. Pero además nos da libre albedrío, es decir, permite que tomemos nuestras propias decisiones. Y cuando persistimos en el pecado, allí sí, no tiene otra alternativa que ejercer Su poder y autoridad para hacer justicia.
Pero hay mucho más: ese inmenso amor lo condujo a solucionar el problema de nuestra falta de justicia. Lo hizo entregando a su propio hijo a la muerte en el madero. Yeshúa (Jesús), siendo el único justo, fue castigado en reemplazo de todos nosotros. Su muerte propició que pudiéramos eludir la condenación eterna que nos esperaba debido a nuestra condición de pecadores irremediables. Gracias a Él todos nosotros somos justificados. Aunque para tomar o para desechar este regalo que Dios nos da, también tenemos libre albedrío. Si en lugar de aceptarlo lo ignoramos, estaremos rechazando la posibilidad de conquistar una vida en abundancia en la tierra y una eternidad a Su lado una vez que partamos de este mundo.
Dice la Biblia: El que va tras la justicia y el amor halla vida, prosperidad y honra. Proverbios 21:21.
(*) En Colegiales o en cualquier rincón del mundo… El “hijo de vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.
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