Ramón Freire casi esquina Maure. Vereda de numeración par. Una pintoresca rayuela, engalana la geografía de este sector de Colegiales, desde hace muchísimos años. Tanto la idea como el diseño y la realización, tienen una sola dueña. Se llama Virginia Bellati y vive en la casa más cercana a la rayuela. ¿La única dueña? Bueno, esto es relativo, ya que dada la enorme cantidad de chicos que la han utilizado en su paso por la calle Freire, ellos quizás también se sientan un poco “dueños” de este histórico entretenimiento de Colegiales.
“Aquí saltaron miles de personas, con edades que van desde los dos años hasta los ochenta”, dice Virgina, desmintiendo rápidamente lo explicado líneas arriba: ¡No sólo son niños los que saltan en el lugar! Virgina cuenta detalles de cómo y cuándo surgió la idea: “Mi vereda en 1998 era gris cemento. Un día dije: ‘pinto una rayuela bien larga y distinta’, y así es: diferente a todas”. Su creadora tiene fundamentos al declarar que se destaca por la extensión y que es diferente, pues en la actualidad, la rayuela llega hasta el número 17 y, oh sorpresa, le falta el 5. Aunque en realidad no es que está ausente, sino que en vez de estar en el sitio convencional, se encuentra escondido para que los chicos (y grandes) tengan la misión de descubrirlo, y de este modo, hacer todavía más divertido su andar por Freire al 400.
“Falta el 5, hay que buscarlo. Cuando vengan a ver la Rayuela búsquenlo, jajaja… Está escondido. Es una sorpresa, una alegría cuando niños y grandes lo encuentran y siguen jugando”, señala Virginia, agregando que la hizo tan larga “para que todos los que pasan salten y se diviertan más. Lo que más escucho es: ‘¡llegué al cielo!’”.
La que llega al 17 y mantiene su 5 oculto, es la versión actual. Sin embargo, en el transcurso del tiempo, ha habido otras versiones, más cortas y con el 5 ubicado en su puesto tradicional.
A la creativa vecina no le resulta difícil escuchar las voces de los saltarines, porque las ventanas de su hogar están a escasos centímetros del dibujo. En esta propiedad, además de su vivienda, hasta hace poco hubo un taller de pintura, que ella misma llevaba adelante. Pero hoy ya no es así: “Soy pintora y mi taller funcionó 26 años, hasta que llegó la pandemia y tuve que cerrar. Yo seguí pintando pero no di más clases”, cuenta. Este último comentario da lugar a que en base a una consulta, resuma su extensa trayectoria por las rutas artísticas. “Nací en el barrio de Belgrano y desde mis 16 años trabajé en el arte. Hice muchas cosas: en Bellas Artes, en el Centro Recoleta, en colegios. Con respecto a la enseñanza, enseñé arte casi 42 años. Viví seis años en Boston, Estados Unidos. Allí tuve a mi hijo Iván y también fui contratada por una galería. Viajé mucho sola y fueron muchas las cosas que viví. Tengo 65 años…”
A propósito de la rayuela, añade, con satisfacción, más datos y sensaciones: “Hay chicos que vienen casi todos los sábados a saltar. A veces, de noche siento que saltan y juegan los adolescentes. Siento risas y eso me pone feliz. Esa es la razón de haber pintado la Rayuela: para que niños y grandes, por un ratito, estén felices y contentos. Este juego le pertenece a generaciones y generaciones. De chica, mi juego también era la rayuela… y Cortázar, es un grande de la literatura”, opina.
La referencia al famoso escritor argentino no ha sido antojadiza ni casual: en esta entrevista Virginia citó a Julio Cortázar, autor de la novela Rayuela, y en la vereda, cerca del número 17, también pintó su apellido, al igual que “Maga”, personaje central de la célebre narración.
Sobre el cierre de la nota, Virgina confirma lo que es fácilmente presumible al ver el cartel de venta que luce en el frente de su vivienda. “Sí, me mudo. Tengo la casa, el taller y la Rayuela en venta. Queremos irnos a la provincia, más alejados, y sin colectivos ni semáforos. Queremos más verde, más pájaros, estar más tranquilos. Es tiempo de un cambio, de despegar. Fueron muchos años…”
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