Columnas

Bien de familia

Peter (segunda parte).

“Mis padres, aunque provenían de familias religiosas, no eran judíos practicantes. Mi papá era agnóstico y creía en el espiritismo; y mi madre tenía algunas creencias supersticiosas, así que iba de vez en cuando a la sinagoga ‘por si acaso’. En la celebración  judía de Pesaj hacían ocasionalmente el Seder y encendían la Menorá en la fiesta de Janucá. Pero eso era todo. Decidieron enviarme a una escuela judía en Johannesburgo, King David. Hice algunos amigos allí y aprendí algo de hebreo. La maestra de instrucción religiosa, un día escogió una frase de la Biblia que decía que los judíos eran el pueblo elegido y dijo que, por lo tanto, los judíos eran más importantes que todos los demás pueblos. Recuerdo haber pensado, a la edad de ocho o nueve años, ‘eso no está bien, ningún grupo de personas es mejor o más importante que otro’. Fue el comienzo de mi viaje contra el fanatismo religioso, la arrogancia y la superioridad.

Sudáfrica era una sociedad racista, racialmente dividida por brutales políticas de Apartheid. Cuando tenía unos siete años, vi a un hombre negro al que la policía le pegaba brutalmente con porras, cerca de nuestra casa. Y cuando tenía nueve años, vi a manifestantes negros siendo golpeados y tiroteados por la policía, afuera de un café en el que estaba con mis padres. Luego un manifestante fue asesinado a tiros. Eso hizo que, interiormente, me hiciera preguntas sobre lo qué estaba pasando en mi ciudad y en mi país. Recuerdo vagamente haber hablado de eso con mi padre, aunque ya olvidé los detalles de las conversaciones.

A nivel personal, recuerdo mis primeros años. Fueron cómodos pero solitarios. Siempre tuvimos suficiente comida y un hogar confortable, con sirvientes domésticos, como era habitual para la mayoría de los blancos en Sudáfrica”.

¡Tengo tantos recuerdos de mis padres que podría escribir un libro sobre ellos! En esencia, sin embargo, me querían mucho e hicieron lo que pensaron que era lo mejor para mí.

Mi papá era un hombre culto, culto, talentoso (buen pianista y cantante, además había sido un buen atleta), encantador y muy inteligente. Desde que tengo memoria, no estaba bien: sufría de úlceras estomacales y había tenido dos o más ataques al corazón. Como resultado de lo que había sucedido en la Alemania nazi y después, estaba muy ansioso, nervioso. Era muy sobreprotector conmigo, su único hijo. También era muy dominante, no podía hacer frente a mujeres fuertes. A pesar de todos sus talentos, tenía muy poca confianza en sí mismo. La forma en que se enfrentó a esto fue tratar de socavar a los demás y mostrar su superioridad mental en cada oportunidad. Él había forzado emocionalmente a mi madre a meterse en su caparazón antes de que yo creciera, y a menudo bromeaba sobre cómo ella pensaba, diciendo que lo que ella tenía para expresar no valía la pena.

Mi madre era muy cariñosa. Muy tímida, con muy buen sentido del humor y un temperamento feroz cuando se lo permitía. La relación de mis padres nunca fue maravillosa. Ella fue la que sufrió por el distanciamiento emocional de mi padre, su mal humor y ciertas aventuras extramatrimoniales. Mi madre era una costurera muy hábil: había ejercido ese oficio en Alemania. También era muy buena cocinera. Alimentaba a la familia con una dieta de comida alemana que tenía mucha salsa rica, carne roja y carbohidratos. O sea, nada saludable. También era tejedora y tenía gran talento para hacer el punto de cruz (una modalidad de bordado). Siempre tejía o cosía, por las noches, en la sala de estar.

Mis padres estaban gravemente traumatizados por lo que les había sucedido a ellos y a sus familiares en Alemania. Habían perdido a padres, hermanos, hermanas, primos, tías, tíos y primos en los campos de concentración de Europa. Cuando traté de hablarles sobre sus experiencias, no quisieron hacerlo. Cuando era joven, mi papá dijo que había comenzado a escribir sobre las experiencias de él y su familia con los nazis. Pero como resultado sufrió un ataque al corazón y no pudo seguir escribiendo.

Mi padre había sido socialista en Alemania y todavía tenía una ideología socialdemócrata/liberal cuando yo era niño. Trataba a los negros con el mismo respeto que mostraba a los blancos. Mi madre, sin embargo, era mucho más ingenua, políticamente… Ella interiorizó algunas de las actitudes racistas hacia los negros que prevalecían entre los blancos en Sudáfrica. Tal vez en parte porque mi padre la hizo sentir tan inferior, mi madre a menudo hablaba con nuestro sirviente de la casa de manera grosera y arrogante, y le hacía demandas irracionales. Había discusiones entre mi mamá y los sirvientes. Recuerdo que mi papá, en ocasiones, debió intervenir para calmar las cosas y encontrar una solución”.

Pablo Wildau

 

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