Gente de Cole

Voces de mi Comuna

A mis queridos suegros

Ruth y Heinz, siento en mi corazón un gran palpitar por la emoción de recordarlos, y seré franca, cómo te ame y te amo Ruth… Será porque fuimos y somos dos mujeres nada más, por tu carácter y tu belleza de siempre, sin par. Soy hija de emigrantes, y vos tuviste que partir a lugares lejanos para seguir tu destino abandonando tu tierra natal.

Qué linda la visita de los sábados, saboreando el pan negro con queso, el te caliente y humeante en invierno y el delicioso te frío para tomar en verano. El guiso casero y las medialunas, infaltables en la mesa familiar. Tu amor y el de Heinz estaban reflejados en vuestros rostros.

La alegría de vernos y pasar una tarde juntos. Tus manos eran similares a las mías, podría describir tu gran capacidad para leer y escribir, en castellano, alemán e inglés. La tenacidad y el coraje que tenías eran otras cualidades que admiraba. Te tengo en mí y a Heinz también, no por tu intelecto, sino por tu gran esperanza y amor.

Mientras mi esposo y mi hijo, junto con mi cuñado y mi sobrino, se iban a la cancha, yo me quedaba con vos, hablando de la vida familiar y leyendo tus libros, mientras degustábamos el café de la tarde. Después salíamos de compras por las calles del barrio de Colegiales. Caminábamos varias cuadras hasta Federico Lacroze y las vías del ferrocarril, donde se ubicaba una antigua feria en la cual se ofrecían todo tipo de productos.

Sé que fuiste secretaria en Alemania y recuerdo la antigua máquina de escribir con la que redacté algunos escritos jurídicos. Al cumplir 80 años hiciste una reunión para festejarlos, con mi mamá Gaby y mi hermana Elisabet, en una confitería de Cabildo y Echeverría, la Modern Saloon, a la cual también asistió mi querida Gertrud, mamá de mi cuñado Alfredo y abuela de mi sobrino Pablo. Comimos sándwiches de miga y tortas y disfrutamos de una hermosa tarde. Cumplías años un día 6, al igual que yo, pero un mes después. Te veo en la foto de aquel día y estás hermosa, con tu pelo natural y tu sonrisa atrapadora, digna de La Gioconda.

A vos, Heinz, te recuerdo tomando tu infaltable plato de sopa humeante, tanto en invierno como en verano. Después disfrutabas de una siesta reparadora, y luego, al levantarte, mirábamos juntos la tele. En los días de Pésaj, compartíamos la matzá y otros platillos tradicionales de la festividad judía, y en las altas fiestas, de Rosh Hashaná  y el Iom Kipur, ibas a la sinagoga, invariablemente.

Todos estos recuerdos permanecerán en mi mente y mi corazón, para siempre.

Raquel Seltzer

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