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Chau Colegiales, nos vemos a la noche

Qué duda cabe de que nuestro barrio es único… Pero más allá de su belleza y de los sentimientos que despierta, también es cierto que a veces cambiar un poco de aire viene bien. Como resultado de esa idea, el hecho de alejarse unos kilómetros del querido terruño para disfrutar de otros lugares, rondaba por mi  mente desde hacía un tiempo. Un miércoles de julio, la idea fue puesta en práctica. ¿Destino? La ciudad de Zárate, distante a unos cien kilómetros de la Capital Federal. El itinerario estaba calculado: a pie por Federico Lacroze rumbo a Cabildo. Ómnibus de la empresa Chevallier, línea 194. Servicio diferencial, para llegar más rápido y… ¡allá vamos!

Los cuatro miembros del clan familiar, esperamos pacientemente el colectivo en la plataforma del Metrobus de Cabildo y Benjamín Matienzo. No fue tan fácil dar con el ómnibus indicado a pesar de estar en la parada correcta (son varios ramales y los números no están muy claros) y cuando al fin el diferencial a Zárate llegó, casi lo perdemos, por levantar mano a destiempo para detener su marcha. “Te salvó el semáforo”, me dijo abiertamente el chofer, que debió parar por la luz roja. Entonces, dudando de que fuera ése el servicio indicado, aprovechamos para subir. De lo contrario, hasta la llegada del próximo, hubiéramos tenido que aguardar media hora más.

¿El viaje? Sin contratiempos. En el único momento en que el ritmo aminoró, fue en la entrada a la ciudad de Campaña. Y cerca de las dos de la tarde, dos horas después de haber salido de casa, arribamos a Zárate. Con la idea de comer a orillas del Paraná, descendimos del micro. No estaba cerca del río la parada. Pero generalmente cuando uno está de paseo, no se hace muchos problemas si tiene que caminar una veintena de cuadras.

Nos recibió una temperatura fresca, agradable, y el aire pueblerino invitaba a la recorrida. A primera vista Zárate es una ciudad importante, con ansias de progreso pero que no ha perdido el espíritu de pueblo. Inevitable no asociar este concepto con aquello que tantas veces hemos escuchado de Colegiales: “Está en un crecimiento constante pero a la vez, sigue siendo barrio”

En la costanera, un pequeño polo gastronómico, reunía un grupito de restaurantes y una interesante cantidad de comensales. Una parrilla y un local con especialidad en pescados, tenían su espacio de privilegio, muy bien ubicados junto a las aguas del río,  Elegimos la segunda opción.

¿El precio? Algo caro, aunque, como sucede en las vacaciones, exigir a la billetera más de lo normal, se acepta a la hora de armar el presupuesto. Tras el almuerzo, caminata obligada por el atractivo Paseo de La Ribera –la costanera-, con el espectacular fondo del Puente Bartolomé Mitre del complejo Zárate-Brazo Largo, por donde circulan imponentes camiones que desde allí, se ven como si fuesen hormigas.

Al finalizar la zona costera habilitada al público, nos internamos en la parte céntrica. Pero antes de llegar a ella, en la calle Ituzaingó, divisamos la casa-museo Quinta Jovita. El horario para visitarla, había terminado a las 14 horas. Sin hacernos demasiados problemas, entramos al club Paraná, situado frente al museo. El señor Rubén Ferrere, muy amablemente, nos llevó a recorrer las instalaciones de esta histórica institución de la ciudad.

La caminata prosiguió en las inmediaciones de la plaza central (Plaza Mitre), como de costumbre, rodeada por la iglesia, la Municipalidad, los bancos, el correo y unos cuantos negocios. Una hora más tarde, habiendo transitado lo suficiente, nos hallábamos en la terminal (la de tren y la de micros están juntas) con el objetivo de emprender el regreso al hogar.

Había, aquí, dos opciones. Tomar el tren que nos depositaría directamente en la estación Colegiales –previo trasbordo en Villa Ballester- o subir nuevamente al Chevallier. Por una razón horaria era más conveniente ésta última, ya que las partidas del tren son muy espaciadas y acababa de salir una formación.

Hubiéramos podido salir de inmediato, pero se presentó un inconveniente. ¿Qué pasó? La falta de experiencia en viajes interurbanos nos jugó una mala pasada: la SUBE no estaba cargada adecuadamente y solo alcanzó para dos boletos. Tampoco había tiempo para recargarla pues el ómnibus debía salir en el momento. El chofer solucionó el problema, explicándole la situación a una persona de la empresa que se hallaba en una casilla. Nos reconocieron los dos pasajes ya facturados, pero luego de ponerle más crédito a la SUBE en una máquina, debimos esperar media hora al próximo micro.

Nada grave… El tiempo pasó rápido y ubicados cómodamente en los asientos, salimos con luz diurna de Zárate. Ya de noche, llegamos a Buenos Aires. Cerca de las 20 horas, bajábamos en Cabildo y Virrey del Pino. El mundo-Colegiales nos recibía nuevamente…

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