Gente de Cole

«Un zapato grande es tan molesto como uno chico»

La histórica firma de mosaicos «Moltrasio» nació junto a la estación y fue modificándose a través de las diversas épocas. En esta entrevista, Carlos, nieto del fundador, resume más de cien años de existencia.

«La empresa nació oficialmente el 29 marzo de 1912, aunque los orígenes reportan a 1906…» Carlos Moltrasio se acomoda en el sillón de su escritorio y se dispone a evocar los comienzos de una industria icónica en el barrio.

Victorio Moltrasio, el fundador de la firma.

Su domicilio formal de hoy, es el de Teodoro García entre Martínez y Delgado. Pero hubo tiempos en que ocupó casi toda la manzana de enfrente e inclusive más lotes de la manzana actual, hasta Palpa. Hace unos meses no fueron pocos los vecinos que se asombraron al comprobar que estaba siendo demolida la planta con ingreso principal por Federico Lacroze. Allí, pronto emergerá la portentosa silueta de un edificio de diez pisos.

El acceso a la remozada sede central, sobre Teodoro García.

Carlos está listo para reconstruir la historia: «Mi abuelo Victorio llegó desde Como, Italia, en 1902. Todavía no tenía 21 años. Se alojó en el Hotel de los Inmigrantes y lo mandaron a trabajar a la cosecha, allá por Bahía Blanca. Poco después se encontró con un paisano suyo que colocaba veredas en la zona de la avenida 9 de Julio. Él empezó a trabajar ahí también… Eran todos italianos los que hacían eso. En cambio los inmigrantes polacos adoquinaban… Estaba todo por hacerse en Buenos Aires. Resulta que colocaban más baldosas más de lo que proveían. Y pensaron: ‘¿Qué pasa si hacemos algo nosotros?’ Como tanos piolas que eran, armaron una pequeña empresa: los Moltrasio-Montanari. Compraron una prensita para hacer mosaicos y empezaron a crecer. Más adelante, sin que se rompiera esa amistad, cada uno siguió por su cuenta».

AYER…
«El primer local lo puso en Crámer 866, frente a la estación. Estaba a metros de un playón de carga y descarga, donde tenían cemento, arena, de todo…Después se mudó a Delgado 667. Es una casa que todavía está. Y con el tiempo, fue expandiéndose por toda la manzana. Victorio tuvo cinco hijos. Dos mujeres y tres varones, de los cuales mi viejo era el mayor. Él nació en 1914 y siendo muy chico ya trabajaba con el padre».

Elementos de trabajo de antiguas épocas. Se conservan en un sector de las nuevas instalaciones.

«En el barrio estaban muy contentos de tener el movimiento industrial que le daba la fábrica, que pasó por momentos difíciles. La depresión del ‘30 fue brava, pero zafaron. En esos tiempos salían con la chata, iban a comprar comida para todos y repartían. Mi viejo estudió para perito mercantil. Se empezó a sumar de manera formal junto con sus hermanos. Mi abuelo apoderó a mi padre cuando recién tenía 18 años. Una de las obras que agarraron fue la cancha de River. Cuando levantaron el Monumental, más allá de Libertador no había prácticamente nada. El río estaba ahí nomás».
«Mi abuelo se retiró definitivamente allá por el ‘50. Viajaba muy seguido a Italia. Por mi parte, de chico, uno de mis programas favoritos era venir los sábados a hacer lío a la fábrica. Con varios de mis primos, desde muy jóvenes ya trabajábamos también acá. En lo personal, me recibí de ingeniero civil. Mi primo Gustavo, de ingeniero industrial. Hoy, somos los integrantes de la familia que hemos quedado al frente de la firma».

HOY…
«Hemos atravesado períodos duros. A mediados de los Noventa, por ejemplo. Se volvió muy complicado mantener el nivel comercial y financiero. Debimos achicar el personal, que había llegado a ser de130 empleados. Hoy, son 30. En 2005 mudamos la fábrica a San Fernando. Es que Colegiales estaba pasando a ser un barrio muy residencial. Asimismo salimos de las obras grandes, como los hipermercados, para continuar con algo más personalizado, con el arquitecto, el decorador, el profesional… Fuimos más a la cosa puntal. ¿Obra pública? No, eso nunca hicimos».

Un sector del show-room. Al fondo de la imagen, la entrada al negocio.

«Cambiaron mucho los tiempos, también, en cuanto a los materiales que se usan. En la década del 40 los edificios eran mosaico, mármol y madera. Ahora ya es mucho más que eso».
«Antes de la explosión de las computadores y de Internet, en el área administrativa trabajaban 20 personas. Todo era muy artesanal. El manejo comercial era por teléfono, por correo y por visitas personalizadas. Esto estaba siempre lleno de gente. Al aparecer la tecnología, todo se fue reduciendo en paleles, en procesos… Nos quedó un zapato grande, y a veces eso es tan molesto como cuando te queda chico».
«A través de los años fuimos desprendiéndonos de varios lotes. Nos venían insistiendo para que también vendiéramos el de Lacroze.Finalmente aceptamos. Los dos socios que quedamos ya superamos los 60 años. Además éramos seis personas trabajando en un espacio de mil metros cuadrados. Ya no tenía ningún sentido. Era el momento preciso para vender».

¿Y MAÑANA…?
«En función del momento actual y de estas modificaciones, podríamos decir que estamos tranquilos, como en una flotación. Estas nuevas oficinas antes eran un depósito que llegaba hasta Palpa, en el lado opuesto de la manzana».
«En el lote que acaba de ser demolido, harán una torre de 10 pisos, 53 departamentos y 60 cocheras. Todo muy moderno y sustentable. Creo que va a sumar muchísimo para el barrio».

Así está en estos días el lote de Federico Lacroze 3335. Pronto habrá una torre de diez pisos.

«¿Qué siento cuándo veo el espacio vacío? Bueno, mi primo no quiere ni pasar por ese lugar. A mí eso me ocurrió cuando tiraron abajo la casa de mis viejos, en Zapiola y Loreto. Hasta que no se terminó de levantar la nueva construcción, me desviaba varias cuadras para no mirar. Pero con esto no me sucede. Al contrario, me gusta ir y ver cómo va quedando. Supongo que es porque la decisión ya la veníamos masticando durante un tiempo largo. No lo tomo como un desprendimiento, sino como un proyecto, del cual nosotros mismos participamos con las ideas».
«¿Qué pasará con Moltrasio? Por ahora seguimos luchando, hasta que nos cansemos (risas). El tema es la herencia. Nuestros hijos ya están abocados a sus propios asuntos. Yo tengo cuatro hijas, y ninguna con perspectivas de dedicarse a esto, que es una industria muy intensiva y que exige mucha dedicación personal. Pero bueno, ya veremos qué pasará…»
El entrevistadose levanta y va a buscar algo escritorio de al lado. Es una publicación a todo color, de varias páginas. Contiene glomorosas imágenes de lo que será la imponente edificación, la cual dentro de unos meses, hará hablar al vecindario, y que suplirá al show-room que hace unos cien años ideó el abuelo Victorio. «En la Capital, las avenidas de a poco van dejando de tener aquellas casas bajas, todo se va transformando», desliza Carlos, y con orgullo, nos enseña la lujosa revista.

 

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